Ni el hombre en general ni el cristiano en particular es un ser uniforme y concordante, con criterio inamovible, de piñón fijo, estático y seguro. Más bien todo lo contrario; somos sensibles, débiles, perjudicables, inseguros, bastante incongruentes y alejados de la fidelidad a principios, creencias, posturas, convicciones y fe. Tal vez por eso resultamos indecisos, y lo que ayer nos entusiasmó hoy nos sitúa en la indiferencia; forma parte de nuestra condición de seres humanos. Y por ende, estamos necesitados constantemente de ayuda, de socorros, de apelación a quien tenga el remedio. De ahí —y no de otro lugar— nos vienen todos los blancos y los negros de nuestra vida: las certezas y las dudas, las adhesiones y los rechazos, los abrazos y las bofetadas, el decir bien y el maldecir, el alba y el crepúsculo de nuestro devenir de cada día, con lo que eso supone de incertidumbre y de zozobra.
- Por eso la verdad es cosa que nos sobrepasa, y cuando nos rodea como una noche oscura no acertamos a distinguirla de la mentira. Y nos liamos nosotros mismos y ni siquiera sabemos diferenciar entre el bien y el mal. Damos vueltas en la cama sin poder dormir, buscando la panacea de todas nuestras contrariedades y nuestras esperanzas —todo mezclado— para terminar fastidiados por el aburrimiento, la desidia y el abandono. Lo nuestro no está nada claro. En todas las facetas posibles de nuestra existencia o tenemos a Dios o nos situamos en la pendiente resbaladiza que nos lleva inexorablemente al abismo.
- Algunos se llenan de conocimientos, atesoran ciencia, cuelgan en sus paredes títulos y diplomas, saben lo que hay que saber y algo más, e incluso engordan con cultura y erudición. Pero como los definió un sacerdote —listo como el hambre a la vez que humilde a tope— los tales son hombres-vaso, seres que se llenan pero no reparten, almacenan pero no dejan salir nada, atesoran pero no sueltan prenda. Ni comparten ni regalan ni comunican. Atesoran para ellos y punto. ¡Con lo bonito que es ver correr el agua! ¿Participamos teniendo en cuenta a los otros (al prójimo) o nos revestimos de egoísmo, de amor propio, de indiferencia, de mezquindad? Deberíamos tener prohibido aspirar a ser don Cómodo.
- Resulta una verdadera desgracia vivir preocupados por lo que será de nosotros mañana (el futuro) sin animarnos a vivir con intensidad el día de hoy (el presente). Nadie tiene asegurado el levantarse de la cama mañana por la mañana. Los túneles no son túneles hasta que tienen boca de entrada y de salida; fruto del tesón en el trabajo de cada día y, en la esperanza depositada en la obra del Señor. Solo el pusilánime, el gurrumino, se pasa el día pensando si enfermará, si estará solo o si el jueves próximo se quedará sin trabajo. La osadía, a veces, puede ser una virtud. Esto se sustenta en la constancia, en la entereza, en la perseverancia, en la severidad, en ser consecuente. Lo contrario puede desembocar en una depresión. Y el que tenga oídos para oír, que oiga.
Qué razón tenía Santa Teresa de Jesús cuando decía que solo Dios basta.