«En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Él les contestó: “A vosotros se os ha dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: ‘Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure’. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron”». (Mt 13,10-17)
Este evangelio de san Mateo se enmarca en el capítulo 13, que se conoce a menudo como “Sermón de las siete parábolas”: el sembrador, el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro, la perla y la red. Y se inicia el evangelio de hoy con una pregunta de los discípulos a Jesús“¿Por qué les hablas en parábolas?”. Y la respuesta muy directa de Cristo: “A vosotros se os ha dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene…”
Sin duda estamos ante una palabra esencial para quienes caminamos en la Iglesia, para quienes deseamos seguir a Cristo: el Señor nos ha elegido y nos concede, por pura gracia, conocer las claves del Reino de Dios, es decir: participar y vivir de la Buena Noticia de Cristo, saber y disfrutar el Amor de Dios, mantenernos en la esperanza de la Vida Eterna. No somos privilegiados, pero debemos vivir en la alegría de saber que el Señor nos ha elegido para una misión. Probablemente no somos mejores que tantas personas que viven a nuestro lado desconociendo del todo a Cristo, fuera de la Iglesia; y sin embargo Cristo nos ha llamado a seguirle para poder ser un instrumento para la salvación de esta generación y llevar una palabra de consuelo y de misericordia a tantas personas que nos rodean y que muchas veces están presas de la soledad, la desesperanza, la corrupción, la falsedad, la vida anodina…
Pero esta palabra, dura y enérgica, no es sólo para quienes seguimos a Cristo en la Iglesia. ¿No refleja nuestro mundo? Nuestra sociedad, en la que estamos inmersos, oye pero no entiende, aparta poco a poco a Dios de sus vidas y elimina la Cruz como una forma de rechazar un modelo de vida. Nuestros contemporáneos demasiadas veces miran sin ver lo esencial, dejándose sucumbir en un tipo de existencia basado en el consumismo, la diversión, el prestigio, el poder….cayendo en múltiples clases de corrupción y de desamor al otro. Y, recogiendo la profecía de Isaías, concluye: “porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Una Europa -España también- que quiere apartarse de valores fundamentales, que rechaza la Vida como derecho, que niega dar acogida al refugiado, que se cree con derecho a aplicar la muerte al débil, que obstaculiza la familia, que se afana en servirse del poder en bien propio, que persigue a quienes no comparten las ideas de quienes gobiernan… ¿No estamos viviendo demasiadas muestras de una sociedad enfermiza y decadente, que no entiende con el corazón?
Tenemos el peligro de creer que nosotros estamos fuera de esa sociedad, pero frecuentemente no es verdad. Nos acechan los mismos riesgos de llevar una vida vulgar en lugar de intentar construir la civilización del Amor a la que Dios nos empuja. Es verdad que, alimentados por la Palabra de Dios, por los sacramentos, por la vida comunitaria dentro de la Iglesia, disponemos de unos pilares para vivir cada día que mucha gente no conoce. ¡Tenemos un tesoro, una perla, una red! Pero no podemos vivir como quienes se confiesan paganos. Estamos llamados a ser sembradores de Esperanza y Luz, a ser fermento de una sociedad más solidaria, a participar con nuestra humilde colaboración en una sociedad que sea un gran árbol de la libertad y del encuentro, una sociedad orientada a ayudar a quienes más lo necesiten. Y de igual modo tenemos una misión: efectuar una denuncia profética tantas veces como se nos quiere mostrar la cizaña, la mentira, como lo más necesario e imprescindible en nuestro tiempo. Porque vivimos unos momentos en los que se quieren poner como prototipo actitudes e ideas que frecuentemente significan un ataque al modelo de civilización y sociedad que está en la base de nuestras vidas.
El evangelio finaliza con un grito de esperanza: “…bienaventurados vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen.” Y con esta idea concluyo. Somos bienaventurados, dichosos, porque el Señor nos ha revelado los misterios de su Reino y nos invita cada día a construirlo y a extenderlo. ¿Cómo podremos hacerlo, si conocemos nuestra precariedad y pobreza? Necesitamos oración para que cada día podamos ser verdaderos instrumentos del Señor.