En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (San Lucas 1, 39-45).
COMENTARIO
Estos días previos a la Natividad del Señor son días donde nuestra Madre del Cielo nos permite acompañarla en su camino de “entender” su “sí” al Señor. Son días de respirar fe y de aprender con ella a tomar un camino de riesgo e incertidumbre pero lleno de la luz infinita de la Voz que escuchó.
La fe es un don de Dios, un regalo que está disponible para todo aquel que busca trascender la terca realidad de lo que le rodea, de aquel que levanta sus ojos y pide respuestas, de aquel que grita a Dios suplicando oír su voz. Pero también la fe es voluntad de creer, es deseo y es necesidad, es confianza y es amor.
Dios nos ofrece a todos creer en Él y en su promesa: su amor es universal e indiscriminado pero para liberar nuestros ojos del velo que nos permite verle, que nos permite sentir la fe en nuestra alma, es necesario sentir en el fondo de nuestro corazón la necesidad de dejarnos transformar, la conciencia de nuestra pequeñez, y la voluntad profunda de que alguien que no somos nosotros mismos nos ciña la cintura, nos conduzca. En suma, dejar doblegar nuestra voluntad por otra vida superior que no conocemos pero que intuimos.
María dijo “si” al Ángel, aunque todo lo que tenía ante sí era incertidumbre y desconocimiento. Dijo “si” porque deseó más que su propia vida que la promesa que el Ángel le dio se hiciera verdad en ella:” Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” San Lucas 1,26-38.
Aquella promesa desbarató su vida y sus planes, y seguramente hizo temblar a María y preguntarse ¿por qué? Aun así, más allá del miedo y de la incertidumbre, llenó su alma de gozo y esperanza y salió pletórica a contar su secreto a una de las personas que más quería, su prima Isabel.
Y fue entonces cuando el Señor, que sorprende y confirma, encontró el momento de calmar su ansia y su desasosiego, su miedo y su inseguridad. Fue a través de las palabras de Isabel que Dios se sirvió para confirmarle que “Era verdad”, que las palabras del Ángel eran ciertas y que, a través de su prima Isabel, recibía del Señor el mayor de los halagos, “Bienaventurada”.
Después, tuvieron que pasar 33 años para que María pudiera decir en su interior, con la misma fuerza que aquel día en la casa de Isabel, la frase “Es Verdad”, tras aquella carrera hacia el sepulcro vacío donde nuestro Padre Dios le confirmó que, ciertamente, había dado a luz al Hijo de Dios.
¡En estos días de Navidad, mira a María, recorre con ella su vida y Dios te permitirá decir. “Es verdad”!