«En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: “Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él. Otros decían: “Es Elías”. Otros: “Es un profeta como los antiguos”. Herodes, al oírlo, decía: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”. Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: “Pídeme lo que quieras, que te lo doy”. Y le juró: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”. Ella salió a preguntarle a su madre: “¿Qué le pido?”. La madre le contestó: “La cabeza de Juan, el Bautista”. Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: “Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista”. El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron». (Mc 6, 14-29)
El opinar es una actividad espiritual que suele ser gratificante. A veces se hace con fundamento, en numerosos casos sin él. Pienso que el mejor modo es opinar para construir, para entrar en vías de compromiso y de mejora personal y social. Hay opiniones gratuitas, deformantes, superficiales. Las hay excelentes. Me refiero, claro está, a la opinión sobre temas y asuntos de una cierta envergadura o consideración.
En el griego clásico se usa la palabra “doxa” para referirse a la opinión, a la manera de ver, a la idea. También puede significar plan, apariencia, reputación. El mismo vocablo en el Nuevo testamento significa gloria, esplendor, majestad. La ortodoxia habla de la rectitud en el saber, en las ideas. Recordamos a Don Marcelino Menéndez y Pelayo en su célebre Historia de los heterodoxos, donde a diestra y siniestra ponía a cada uno “en su lugar”.
Ambos sentidos podemos combinarlos sin temor. El pensar correctamente, con fundamento, dignifica a la persona, le da brillo, gloria. No basta con el bien pensar, hay que seguir y prolongar hasta el bien hacer. Una gloria sin fundamento es tan incorrecta como un fundamento (en lo real) que no redunde antes o después en esplendor, sin vanidades añadidas. El mismo dinamismo del ser lleva consigo belleza y esplendor.
Herodes, hijo del Grande, fue desterrado, bajo Calígula, por su ambición de ser rey. Un hombre, como todos, con tiempo para mejorar. ¡Siempre hay tiempo para la santidad! Tenía cosas buenas: respetaba a Juan el bautista, lo escuchaba y lo hacía con gusto, le defendía, le tenía por santo. Un hombre a quien no le agradaba desagradar o desairar. Pero quería brillar sin fundamento, sin estar arraigado en la Verdad que tenía delante, que era Cristo mismo. Pilatos tampoco supo reconocer el fundamento de su poder, que no era otro que Dios mismo. Brillos sin fundamentos divinos que acaban en arena
El opina también: Jesús “es Juan a quien yo decapité, que ha resucitado”. Acepta las opiniones populares que identificaban a Jesús con el Bautista. Pero hay poca indagación por la verdad y mucho apasionamiento desordenado.
Lanzarse a opinar sin conocer es aventura arriesgada. Santo Tomás de Aquino afirma que las pasiones propias del cuerpo (lujuria, gula, pereza) adormecen para una vida espiritual elevada, retrasan la entrega de la persona al bien y a la verdad.
En Herodes vemos pasiones corpóreas desordenadas que le dificultan para profundizar en el valor. Herodes escuchaba con gusto la verdad, estaba en buen camino, en incipiente camino de crecimiento, pero la vida pasional en desorden le ponía frenos para ascender, para comprometerse, para convertirse.
También este “escuchar con gusto” nos habla de una especie de trampa que se da entre determinadas personas de Iglesia. San Juan de la cruz habla de esa enorme pereza para la caridad, para la cruz, camuflada de gula espiritual o de lujuria espiritual. Personas especializadas en cazar sensaciones espirituales de gozo, de paz, de consuelo… pero que no están dispuestas a mover un solo dedo.
El auditorio de los sermones podría clasificarse en tres grupos: los que alaban y alaban sin ánimo de cambiar. Los que critican y critican sin ánimo de cambiar. Y los que ni alaban ni critican y ponen todo su empeño en cambiar de vida. La vida diletante es facilísima. Lo comodón es enemigo del esfuerzo, de una ascética aplicada.
Herodes escucha y escucha pero no cambia. Una mujer evita el cambio. En el caso de Pilatos es al revés: una mujer escucha pero es el hombre el que no cambia. Decidirse por la docilidad es decidirse a mejorar la propia calidad personal.
Es curioso el contraste. Herodes escucha a Juan, con gusto, y a la vez quedaba perplejo, desconcertado. Estaban queriendo nacer en Juan las lágrimas de las bienaventuranzas, la tristeza sana que produce Dios a veces cuando induce a una persona a la conversión. El Espíritu Santo, por medio de Juan, le estaría enseñando las primeras lecciones de la cruz sagrada…, pero esta réplica de Eva, que era Herodías, le ofrecía un vino de confusión. Vino que acaba en tragedia, en agresividad, en muerte, en tristeza no sana, diabólica.
En el caso de Juan operan también los respetos humanos. Preso del “qué dirán” no es capaz de remontar el vuelo y sucumbe ante el baile de una niña. Respetos humanos que de generación en generación tiene atenazadas a las personas. Se prefiere pecar antes que perder una amistad, una relación, un sueldo, un prestigio, un puesto de trabajo. En muchos ambientes se hace lo que no se quiere ni se debe, con tal de que no nos sea retirado el afecto o el puesto. La superación de los miedos y de los respetos humanos no es operación que se realiza de un día para otro. El enemigo a vencer es el mundo y este se vence con fe, con mucha fe.
Es lastimoso ver cómo personas que se deciden a cambiar se ven inmersas en auténticas redes y cadenas que lían en pecados e impiden consagrar la libertad a Dios. Tenemos que ayudarnos y ayudar si vemos personas inmersas en redes de pecado y desesperación.
El mal, por su parte, se presenta como astuto y como sarcástico. Herodías no actúa bien. Encadena a Herodes para asesinar a Juan y encadena a su hija para llevar a cabo el mal. Y todo esto en una fiesta de cumpleaños.
Desenmascaremos el mal y seamos valientes, sin olvidar una vez más las palabras de Julián Marías: “El mal triunfa por la cobardía de los buenos y el atrevimiento de los malos”.
Francisco Lerdo de Tejada