Ser «un hombre justo» parece la única adjetivación expresa del carácter o gracia de S.José que nos hace el Evangelio, pero en realidad, como el mismo personaje, hay otrasn muchas noticias de él entrelazadas en el carácter y forma de pensar humano de Jesús, que se crió bajo su tutela, y quizás de Santiago y Judas Tadeo en sus cartas, que se llamaban ‘sus hermanos’. La transmisión de los valores básicos familiares en la educación de la infancia nos definirán durante toda la vida, y en aquel tiempo era aún más palpable, porque la agresión de valores extraños, era menor. Así, en las llamadas ‘palabras del mismo Jesús’, esencia de su Evangelio, encontraremos aquellos rasgos personales y de familia, de «sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52) que sembraron en Él José y María. Y no me refiero solo a que viviera en Nazaret, hablase arameo, vistiese una túnica larga de una sola pieza, fuese carpintero, tuviese el pelo largo «nazoreo», o celebrase la Pascua en Jerusalén.
Algunas de esas ‘ipsísima verba Iesu’ transmitida en algún documento anterior a los sinópticos (el llamado ‘Q’), estarían contenidas en el original Sermón de la montaña de Mateo. Veamos solo como ejemplo las «Bienaventuranzas». El contenido del término «Makarios» griego, o «Beatus» latino, encuadraría exactamente el retrato de José y María. Ellos son el paradigma de los «Benditos», pobres, mansos, pacientes en el dolor, que derraman lágrimas por el pueblo, que solo buscan la paz aunque en su rededor encuentren guerra, que tienen comunión con el Hijo de David, el Mesías, Ungido que es también el ‘Hijo del hombre’, su hijo.
La segunda parte de cada bienaventuranza, contiene una bendición o premio que hará dichosa la presente situación difícil, y creyendo la Palabra nacerá en ella la Esperanza. Todas esas bendiciones pueden resumirse en estar cerca, y contemplar al Verbo de Dios, Jesús, el hijo de María y del Espíritu, tenido por hijo de José, criado por él como hombre. Él es Reino entre nosotros, para los «anawim», los pobres de la tierra. José fue el primero que creyó y acarició a Dios. ¿No le abriría el corazón para entender las Escrituras, como a los discípulos luego?.
La Biblia de los 70, comienza el salmo 1 así: «Makarios aner…», bendito el hombre, y esa será la seña de identidad del principal protagonista de todos los salmos, que no es David, aunque se le atribuyan los cantos, sino un descendiente suyo, el Mesías. También José –hijo de David le llamó el ángel–, encaja perfectamente con el hombre bendito, con el hombre de los salmos y las bienaventuranzas. Es una condición que viene de Dios, no es algo que se logra o se conoce siquiera, desde la experiencia de sabiduría humana, que incluye salud, dinero y amor. La bendición de Dios del hombre de los salmos, es una comunión con el proyecto del Creador que a veces no hay forma de entenderlo, y aún así hay que aceptarlo. Una cosa es ser «dichoso en la tierra», con tu mujer y tus hijos sanos alrededor de tu mesa, llena de manjares y abundancia, como lo entendería cualquier ‘pater familias’, de cualquier parte del mundo, y otra cosa es que en la bendición se incluya, «taladrar las manos y los pies… «, tener los huesos esparcidos en la boca de la tumba… Que te den vinagre para tu sed… Y sentir el abandono total, cuestionante de la tradicional bondad cercana de Dios: «¡Dios mio, Dios mío…! ¿por qué me has abandonado?». No, ser el hombre de los salmos, no era ni es fácil.
Pero esa es la eudokía de Dios Padre, su proyecto hombre en el que se complugo al crearlo, con su beneplácito y bendición. No es coincidente con el simple ‘bienestar’ humano. Lo aprendieron y proclamaron con sus vidas José, María y Jesús. Si María, y los «hermanos de Jesús», –quizás Santiago y Judas–, estaban presentes en el sermón de la montaña, sentirían el orgullo familiar de saber con certeza que la imagen que Jesús proclamaba del hombre del Reino, era la que habían vivido desde niños bajo la tutela del bienaventurado, dichoso y bendito José.
Manuel Requena