En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» (Lucas, 1,39-45)
Todo el primer capítulo del Evangelio de San Lucas, entre otras cosas estupendas, expresa el gozo que experimentamos los hombres al descubrir las acciones de Dios por nosotros. Tanto en las narraciones como en los cánticos (El Magnificat -1,46-55- y el Benedictus -1, 68-79) hay muchas alusiones a textos del Antiguo Testamento, lo cual nos señala que se está cumpliendo la salvación prometida. Acerca de estos hechos, creen los Santos Padres que Dios no utilizó a la Virgen María como un instrumento puramente pasivo, sino que Ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres (Lumen gentium, 56). Ése es el ambiente que nos muestra el pasaje del Evangelio que hoy nos toca comentar: contemplamos la grandeza de la Santísima Virgen que se va con prisa a servir, a ayudar a su prima.
Acaba de comenzar el año jubilar dedicado a la misericordia. Es el Papa Francisco el que nos señala cómo una de sus manifestaciones es ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios. Eso hace María, a la que la Iglesia denomina “trono de misericordia”, y San Josemaría “mar de inagotable misericordia”. Podemos aprender de Ella a servir, y con Ella, practicarlo. No es fácil servir a los demás; nos resulta incómodo, nos da pereza o incluso podemos pensar que se aprovechan de nosotros. También nos pueden venir pensamientos más peligrosos, como por ejemplo, no tengo tiempo, no va a servir para nada…, etc. Quitemos esos pensamientos dañinos de nuestra vida, de un plumazo. Es posible. Se trata de luchar por llevar el Evangelio a nuestra situación del hoy, del ahora. Tenemos el ejemplo en Ella, ¡cuántos kilómetros recorrió a pie María Santísima para auxiliar a su prima! Igual nosotros. Allí donde haya una persona que puede amar y tratar a Cristo tenemos que ir.
Y no es cuestión de hacer nada raro; lo normal es vivir el espíritu de servicio en nuestra vida ordinaria: haciendo lo mejor posible el trabajo de cada día, sabiendo poner el corazón en el cumplimiento del deber, vivir ese orden tan importante que supone primero Dios, luego los demás, y, por último uno mismo. Es cierto que en esta sociedad nuestra, en donde la tecnología nos ha facilitado tantas cosas, hay algo que se nos ha robado, el tiempo. Parece que nunca nos quedan resquicios para atender a alguien cuando no puedo medir ni su eficacia ni su eficiencia. Son trampas.
Llevemos a la oración personal este Evangelio. La Virgen lo ha impregnado de fe y de alegría, de confianza y de afecto. Qué actitudes más alentadoras…, que pueden ser las nuestras. Vamos a pedírselo a María, a la que vemos pendiente sobre todo de su Hijo, que además aparece así en la representación gráfica de tantos Nacimientos, y vamos a pedirle que su actitud nos sirva de estímulo y de ayuda para prácticar todas las obras de misericordia, para ser personas serviciales, alegres, generosas, misericordiosas Convencidos, además, que en la vida de cada uno también se va cumpliendo la promesa fundamental, que la Virgen escucha en este pasaje del Evangelio: “Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Gloria Mª Tomás y Garrido