«En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?”. Jesús les dijo: “ ¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”. Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan”». (Mt 9,14-17)
.Al enfrentarme a este comentario me preguntaba: ayunar, ¿para qué? Y aún ahora lo seguimos preguntando, pero esto no es tanto como sacrificio sino como ejercicio y preparación para el banquete al que estamos invitados. Dicho esto, ya tendremos tiempo de entrar a comentar sobre el ayuno, la oración y la limosna.
Ahora vamos a comentar la segunda parte de este Evangelio. Día tras día reparo en que las personas que nos rodean, los vecinos, la sociedad, el mundo, todos nos dicen de una u otra manera lo que está bien y lo que está mal, nos piden que seamos buenos o que cumplamos las leyes, que seamos buenas personas, buenos ciudadanos o buenos cristianos, predomina el cumplimiento en todos los ámbitos de nuestra vida, seamos o no creyentes. Esta simple experiencia es tremenda porque te hace ir por la vida con una losa pesada que nos deja sin aliento; al parecer, siempre nos pillan en falta y nunca damos la talla.
Esta experiencia no solo nos viene impuesta desde fuera, sino que también nos la imponemos nosotros mismos. Queremos ser buenas personas a toda costa, relacionarnos bien los unos con los otros, poder hablar, dialogar, llevarnos bien. ¿Pero qué nos pasa? Nos encontramos con lo que dice San Pablo: “Verdaderamente no entiendo mi proceder, queriendo hacer el bien es el mal lo que se me presenta” (Rom 7,15).
¿Qué diremos pues delante de este Evangelio, si este Evangelio es una buena noticia para ti, para mí y para todos los seres humanos? Preguntan los discípulos de San Juan “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?”. La contestación es obvia: ¿pueden acaso los invitados a la boda ayunar y ponerse tristes mientras el novio está con ellos? No debemos olvidar que al novio lo tenemos entre nosotros; cada vez que comemos de este pan y bebemos de su sangre anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección. “Ven, Señor Jesús”, decimos todos en la Eucaristía; “Id a Galilea y allí me veréis”. Y sigue diciendo la Escritura que no se pone un remiendo nuevo en paño viejo o vino nuevo en odres viejos, pues tanto el paño como los odres se nos rompen, se estropean y echamos todo a perder.
Esta Buena Noticia que hoy comentamos es para todos nosotros, y es que, no podemos olvidar que somos, aunque no lo parezca, paños nuevos y odres nuevos. Y los remiendos nuevos que se nos ponen no hacen otra cosa que embellecer el paño que ya tenemos. Recordemos la vestidura blanca que por gracia hemos recibido en el Bautismo, signo de ser nuevas criaturas nacidas de lo alto. Y el pan y el vino que comemos y bebemos convertidos en el cuerpo y la sangre de Jesucristo nos convierten en hijos de Dios. Y si hijos, también en herederos, de tal forma que ya no tenemos que ir detrás de cumplir la ley, se nos regala cumplida. Ahora sí, con la fuerza del Espíritu Santo, podemos amar a nuestros hermanos y, de este modo, los que nos rodean puedan decir “mirad cómo se aman”.