En aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno, vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?».
Jesús les contesta:
«¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar.
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto, lo nuevo de lo viejo, y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos». (Marcos 2, 18-22)
El discípulo de Cristo camina por este mundo como un peregrino en busca de la tierra prometida, y esta tierra no es otra cosa que el mismo Jesucristo. El Señor promete a sus hijos una vida eterna plena de paz, alegría y felicidad, una vida que está en Él y sólo en Él. Por eso todos nuestros pasos, aquí en la Tierra, deben encaminarse a su búsqueda, en el afán perseverante y confiado de poder encontrarnos con Él, todos los días, de una u otra manera, en uno u otro lugar, hasta que llegue el día que pasemos definitivamente al Padre y acabe nuestro peregrinaje. Aún, en ese momento, seguiremos descubriendo a Dios eternamente, porque Él es inabarcable y la fuente de su amor inagotable.
En el evangelio de hoy el Señor nos habla del ayuno, en medio de una controversia promovida por aquellos que no han comprendido el sentido y la razón de éste. No entienden que el ayuno en el “cumplimiento” se convierte en un fin en sí mismo, se aleja de la voluntad de Dios y pierde utilidad e importancia. La vida es un regalo maravilloso, llena de detalles del amor de Dios; renunciar a ellos en busca de perfección, vanidad o méritos es caer en el desprecio a éste regalo.
El Señor ya nos ha revelado que “no quiere sacrificios ni holocaustos, sino un corazón contrito y humillado”. Es amor lo que nos pide, y este amor sí nos puede llevar en ocasiones a ayunar de algunas cosas que nos apartan de Él. El ayuno por excelencia es el que nos lleva a combatir contra ese vicio que nos hace pecar. Cada uno sabe y experimenta cual es. Para algunos se tratará de la gula, para otros será la lujuria o la pereza. Debemos ayunar de todo aquello que nos aleja del Señor. Dice Jesús en el evangelio de hoy, que en su presencia no tiene sentido ayunar. Es cuando caminamos en su búsqueda cuando se hace necesario ayunar de todo aquello que se interponga en el camino. Para este viaje conviene ir ligeros de equipaje. No debemos embriagarnos con las cosas que nos pueden desorientar o llevarnos por sendas equivocadas. Si el uso de la tecnología moderna te absorbe, si la bebida o el juego te esclavizan, si la buena mesa te obsesiona, será necesario un periodo de abstinencia hasta ordenar el uso de esos bienes.
Los sentidos corporales son un regalo del Señor para que podamos gozar con ellos y son también un reflejo que nos muestra su amor, para que así también podamos corresponder a ese amor. Pero si en algún momento nos “instalamos” en el regalo, olvidándonos de quién proviene, será necesario que reorientemos nuestra vida a través de renuncias y ayunos.
Paralelamente a esto, es cierto que cada persona tiene un ”vaso” espiritual diferente, en la forma, en el contenido y en el tamaño. Algunos se podrán encontrar más profundamente con el Señor a través de una vida monacal o ascética. Otros llegarán a Dios en la vida ordinaria de la familia y del trabajo, en la entrega diaria a los demás. Cada uno conoce su punto de encuentro. Lo importante e imprescindible en esta cuestión es la limpieza de corazón, sin fariseísmo o doble intención, teniendo siempre presente que todo lo que hagamos o de lo que nos abstengamos sea siempre con y por amor. Jesucristo, en el último día nos preguntara acerca del amor, todo lo demás, sin amor, no vale nada. Una vida llena de sacrificio y abnegaciones, huérfana de amor, quizás sea humanamente buena, pero espiritualmente carece de contenido y no nos lleva a la vida eterna.
En la práctica del ayuno, el cristiano necesita tener discernimiento, para que éste sea agradable a Dios y redunde en beneficio de la fe y la vida eterna.
Los fariseos, en su afán de ser perfectos en las formas, andaban perdidos y Jesucristo se dirigió a ellos para abrirles los ojos. Pero, como siempre, la Palabra de Dios es actual y válida para nuestra vida. Jesucristo, a través de este evangelio, se dirige a cada uno de nosotros, para que veamos si nuestros pasos y el uso que hacemos de los bienes que Él nos regala, nos acercan o alejan de Él. La oración, la lectura diaria de la Escritura y la perseverancia nos darán la victoria en este combate hasta la vida eterna.