En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera» (San Mateo 23, 23-26).
COMENTARIO
En esta ocasión el Señor vuelve a incidir en un aspecto de la ceguera religiosa, de la ceguera de alguien que ya tiene una vida religiosa, porque los simples ritos no aseguran la cercanía a Dios. Precisamente Jesús advierte con fuerza sobre lo fácil que es caer en algunos automatismos, conductas que aparentan santidad. Pero la santidad consiste en un corazón sin doblez y engaño entregado a Dios y por Dios a los otros. En otro pasaje vemos a Jesús indicando a sus discípulos que solo de quienes son como niños es el Reino de los cielos. Los niños no son capaces de “grandes cosas”, pero pueden conectar lo pequeño de lo que hacen con una actitud de entrega. Todo un camino de santidad para quienes hemos de cumplir con tantos requisitos en nuestra vida social y profesional, y con las prescripciones de nuestra religión. Dios nos quiere en los mil detalles en los que se manifiesta el sentido positivo, espiritual y religioso con que vivimos, pero nos quiere allí con su Espíritu, sin hipocresía, con la paz que solo Él nos puede dar.