Entonces se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti» (San Mateo 11,20-24).
COMENTARIO
Todos somos capaces de hacer el bien y hacer el mal. No hemos nacido como personas malvadas. Todo el mundo tiene en sí algo bueno. Unos esconden el bien, otros no le hacen caso, pero la bondad está en todos. Dios nos ha creado para amar y para ser amados. Dios nos envía una especie de test para escoger uno u otro camino. La negligencia en el amar nos puede conducir a decir «sí» a la maldad sin darnos cuenta hasta dónde nos puede llevar. Por suerte, tenemos el poder de superar todo por medio de la oración.
Si nos volvemos a Dios, irradiamos amor y alegría en torno nuestro, a todos los que conviven con nosotros. Del mismo modo, si hacemos el mal, extendemos alrededor nuestro el mal. Si estamos cerca de alguien que va por el camino del mal, hagamos todo lo posible para ayudarle y mostrarle que Dios se preocupa de él. Oremos intensamente para que redescubra la oración, que descubra a Dios dentro de sí y en los demás. Todos hemos sido creados por la misma mano amorosa de Dios. El amor de Cristo es siempre más fuerte que el mal en el mundo. Debemos, pues, amar y ser amados. Es muy simple y no debería ser una lucha tan grande para llegar a ello.
El día del juicio será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotros. Comienza un período crítico en el ministerio de Jesucristo, pues muchos lo abandonan. Las maldiciones dirigidas contra las ciudades que han rehusado seguir su llamada a la penitencia hacen resaltar la gravedad del aviso divino: un día el juicio divino caerá inexorablemente sobre aquellos que hayan rechazado a su enviado. San Juan Crisóstomo dice: «Entonces, cuando la sabiduría quedó justificada, cuando les hubo mostrado que todo se había cumplido, púsose el Señor a reprender a las ciudades. Ya que no las pudo convencer, las declara malhadadas, que es más que infundirles miedo. A la verdad, ya les había dado su enseñanza, ya había en ellas realizado milagros. Más ya que se obstinaban en su incredulidad, ya no le queda sino maldecirlas. Y no sin razón les pone el ejemplo de Sodoma, pues quiere con él encarecer su culpa. Prueba, en efecto, máxima de maldad es que, por lo visto, aquellos habitantes de Cafarnaúm no sólo eran peores que los que entonces vivían, sino más malvados que cuantos malvados habían jamás existido.
Por modo semejante, establece el Señor otra vez comparación y condena a los judíos con el ejemplo de los ninivitas y de la reina del Sur. Sólo que allí se trata de quienes obraron bien; aquí, empero, la comparación es con quienes pecaron, lo que aumenta la gravedad… Así por todos lados, trata de atraérselos; lo mismo por sus ayes de maldición que por el miedo que les infunde. Escuchemos también nosotros estas palabras del Señor. Porque no sólo contra los incrédulos, contra nosotros mismos, señaló el Señor castigo más duro que el de los habitantes de Sodoma si no acogemos a los huéspedes que acuden a nosotros, pues Él les mandó que sacudieran hasta el polvo de sus pies» (Homilía 37,4-5, sobre San Mateo).
La medida de la responsabilidad es el don que la hace posible. A mayor don, mayor responsabilidad. La pequeña historia recogida en esta sección es una ilustración práctica de estas afirmaciones. La actividad de Jesús en Galilea estuvo principalmente centrada en las ciudades en torno al mar de Genesaret. Corazaín, al norte del Tiberiades, tierra adentro, aparece mencionada únicamente aquí. Por el contrario se hace mención frecuente de Betsaida. Pero la ciudad de mayor permanencia de Jesús fue, sin duda, Cafarnaúm. Mateo la llama “su ciudad” (9,1) y según Marcos Jesús tenía allí una casa (Mc 2,1). Diríamos que incluso el orden por el que aparecen en el relato evangélico tiene importancia: en el orden de menor a mayor actividad de Jesús en ellas: Corazaín, Betsaida, Cafarnaúm. Ya hemos dicho que Corazaín es mencionada únicamente en este lugar y que Cafarnaúm fue el lugar de mayor permanencia de Jesús durante su actividad galilea.
También el orden en el contrapunto es intencionado: Tiro y Sidón eran ciudades paganas que son mencionadas juntas como acreedoras de la ira divina (Is 23; Ara 1,9-10) y Sodoma había pasado a la historia bíblica como la ciudad pecadora por excelencia.
Teniendo en cuenta estos presupuestos, la lección del texto evangélico es clara: a mayor actividad de Jesús en cada una de aquellas ciudades, mayor responsabilidad. Fueron invitadas a la penitencia y no respondieron a la llamada. Serán, pues, juzgadas con mayor severidad que las ciudades mencionadas en el contrapunto de la comparación. Estas hubiesen respondido a la llamada a la conversión si hubiesen presenciado los milagros que Jesús realizó en aquéllas.
En nuestro texto se habla de los milagros de Jesús en forma genérica. No se especifica cuáles en concreto fueron hechos en las citadas ciudades. Mejor así. Porque esto nos lleva a una consideración, también genérica, de los milagros de Jesús. Son exponente de la acción del Espíritu, de la victoria sobre Satanás, de la misericordia de Dios, que invita siempre al extraviado a volver a la casa paterna. Obras que son predicación-palabra al mismo tiempo. Obras-palabra que impulsarían a la penitencia a las ciudades más impías. La responsabilidad mayor recae sobre Cafarnaúm, por la razón que ya hemos apuntado: en Cafarnaúm estuvo más tiempo presente, físicamente presente, el reino de los cielos, por la mayor permanencia de Jesús en ella. ¿Fue acaso esto mismo motivo de su orgullo? En todo caso es descrita con las palabras de Isaías (Is 14,13-15) refiriéndose a la ciudad de Babilonia. El mensaje de Jesús destruye toda clase de privilegios. Se sitúa en el terreno personal de llamada-respuesta. Es la respuesta personal a su palabra la que decide la pertenencia o exclusión de su Reino.
Tres de las ciudades -Betsaida, Corozaín, Cafarnaúm-, en torno al lago de Genesaret, que tenían que haber creído en él, porque escuchaban su predicación y veían continuamente sus signos milagrosos, se resisten. Jesús se lamenta de ellas. Las compara con otras ciudades con fama de impías, o por paganas (Tiro y Sidón) o por la corrupción de sus costumbres (Sodoma), y asegura que esas ciudades «malditas» serán mejor tratadas que las que ahora se niegan a reconocer en Jesús al enviado de Dios.
En otra ocasión Jesús alabó a la ciudad pagana de Nínive, porque acogió la predicación de Jonás y se convirtió al Señor. Mientras que el pueblo elegido siempre se mostró reacio y duro de cerviz.
Los que pertenecemos a la Iglesia de Jesús, podemos compararnos a las ciudades cercanas a Jesús. Por ejemplo, a Cafarnaúm, a la que el evangelio llama «su ciudad».
Somos testigos continuos de sus gracias y de su actuación salvadora.
¿Podríamos asegurar que creemos en Jesús en la medida que él espera de nosotros? Los regalos y las gracias que se hacen a una persona son, a la vez, don y compromiso. Cuanto más ha recibido uno, más tiene que dar. Nosotros somos verdaderamente ricos en gracias de Dios, por la formación, la fe, los sacramentos, la comunidad cristiana. ¿De veras nos hemos «convertido» a Jesús, o sea, nos hemos vuelto totalmente a él, y hemos organizado nuestra vida según su proyecto de vida?
¿O, tal vez, otras muchas personas, si hubieran sido tan privilegiadas en gracias como nosotros, le hubieran respondido mucho mejor que lo hemos hecho nosotros? Pidámosle al Señor hoy, con esta petición de San Agustín, la gracia de la conversión: «Conviértenos y nos convertiremos». Amén.