En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas» (San Lucas 6, 17.20-26).
COMENTARIO
Lucas espera la respuesta de Pedro. Quiere escuchar de sus labios lo que ya le han contado otros. Va tomando sus notas, a veces en tablillas, a veces en la memoria, como en este momento: “Aquellas palabras… bienaventurados los pobres, los hambrientos, los que lloráis, los que sois perseguidos… eran palabras nuevas, y callábamos todos, los que habíamos bajado del monte con él y las gentes. Siempre se hacía el silencio cuando hablaba, y siempre eran palabras nuevas, nunca oídas. Los pobres, los hambrientos, los que lloráis, los que sois perseguidos… seríamos los bienaventurados, y no los ricos, ni los saciados, ni los que ríen, ni los que buscan las alabanzas del mundo. Y en el silencio queríamos entender cómo sería aquello. Entonces recordé, porque lo había visto con mis ojos, cuántas veces el Señor había llegado a una aldea sin llevar alforjas, cuántas caminatas sin apenas qué comer o beber, sus lágrimas al encontrarse con los enfermos o el silencio con que recibía los insultos en algunas sinagogas… Seríamos los bienaventurados, porque éramos pobres, y hambrientos, y llorábamos y nos insultaban… pero con él, en él. Entonces comprendí.”