«En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera”». (Mt 23, 23-26)
El evangelio de hoy es solo un fragmento de la estremecedora diatriba contra los escribas y fariseos, que también aparece en Lucas y en Marcos, pero es especialmente importante en el texto de Mateo; comprende desde el versículo 13 hasta el 38, y no hay un pasaje del Evangelio que impresione tanto como la dureza de las palabras de Jesús para los hombres religiosos, que tenían la misión de guiar al pueblo en el cumplimiento de la ley de Dios.
En el capítulo 23 versículo 1, Jesús, hablando a los que le seguían, dibuja un retrato de los fariseos: “Haced lo que os digan, pero no les imitéis, ya que ellos no cumplen lo que dicen”. Les previene contra ellos porque les gusta figurar y ensanchar las filacterias, ocupar los primeros puestos, pavonearse, y les encanta que les saluden en las plazas y les llamen maestros. Estas son palabras de consejo, para que no sigan su ejemplo, porque son soberbios, grandísimos pecadores, aunque se sitúen espiritualmente por encima de los demás.
En el pasaje del evangelio de hoy, Jesús se dirige directamente a los escribas y fariseos para reprocharles su hipocresía con durísimas reprobaciones. Aquí son solo dos de las ocho acusaciones, cada una precedida de este estremecedor “¡Ay de vosotros”, donde parece vaticinar su irremediable condenación. Ellos han dejado a un lado el deber de enseñar y practicar el derecho, la piedad, la sinceridad; usan su puesto en su beneficio para ejercer el poder y adquirir respetabilidad y dinero. Y este comportamiento va a perderlos. Su responsabilidad como conductores — “guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello” — hace mayor su culpa. No hay en las palabras de Jesús esta dureza para los pecadores con los que se encuentra frecuentemente. Estas calificaciones insultantes, que le granjearon el odio de la clase dirigente y provocaron su muerte, las dedica a los fariseos por su soberbia espiritual, un pecado que desagrada tanto al Señor. Porque no se consideran servidores de los creyentes, sino superiores; en su puesto de poderosos guías espirituales y sociales presumen de su cercanía a Dios y del cumplimiento de la ley, pero no se reconocen débiles, necesitados de su ayuda, su misericordia y su perdón.
También hoy la jerarquía de la Iglesia debe huir del poder. La peligrosa cercanía al poder político ha tenido gravísimas consecuencias en su historia. Pero también ha de cuidar el ejercicio del poder dentro de la misma Iglesia. Cuando Jesús les reprocha: “Cargan sobre las gentes pesadas cargas que ellos no tocarían con un dedo”, es fácil recordar, por ejemplo, el ayuno eucarístico de doce horas, que dificultaba a algunos fieles recibir la comunión; y otras obligaciones religiosas cuyo incumplimiento se califica de pecado ¡mortal!, confundiendo las conciencias.
Es muy difícil asumir el puesto de servidor que Jesús mandaba que ejerciese “aquel que quiera ser primero entre vosotros”. Este mandato sí está hoy en el espíritu del Papa Francisco, que aconseja a los pastores que “huelan a oveja”, que “se acerquen, se involucren y se interesen por los problemas de los fieles y se alejen de la pompa y el boato; todo el cuerpo presbiterial debe sentir esta obligación de servicio cercano a los fieles”.
“La tarea de nuestra hora no se reduce a la evangelización verbal, precisa el testimonio (…) consiste en una conversión de los corazones y en una reelaboración de las mutuas relaciones entre los diversos miembros de la Iglesia, para ofrecer al mundo el servicio de la evangelización, sin lo cual la existencia de la misma Iglesia no tendría sentido”, sostiene J. E. Schenk en su libro “Religión y Política”.
Hay que repensar el espíritu del sábado. El sábado, dijo Jesús, se hizo para el hombre. La iglesia se fundó por tanto para el servicio y la orientación de los creyentes. No es necesario el pastor si no hay rebaño.
En los puestos de párrocos y vicarios encontramos a veces este tipo de sacerdote revestido de exagerada autoridad, que conduce a los fieles que se le han encomendado con un cierto descuido de la compasión, la afabilidad, la comprensión y la disposición al servicio; y toma decisiones sin pulsar lo mejor para la vida religiosa y espiritual de los feligreses.
También nosotros, los de misa y comunión frecuentes, que nos creemos “conocedores de Dios” y más cercanos a Él, tenemos que revisar nuestra humildad, la voluntad de servicio, y evitar el fácil juicio a ese hermano que no lee el Evangelio, no tiene formación religiosa, no se acerca a los sacramentos, pero quizá sea de aquellos samaritanos que, el último día, pasarán los primeros al Reino de los cielos por su compasión y su caridad. Sin haber conocido siquiera que serían retribuidos por ello.
Mª Nieves Díez Taboada