Me presento. Me llamo Manuel y tengo un año, dos meses y diecisiete días. Ya he cumplido mi misión en la tierra y el Niño Jesús me ha llevado con Él al Cielo esta mañana.
Pero vamos más atrás. Cuando yo tenía cuatro meses de gestación, los médicos me hicieron una «eco» y dijeron a mis padres que en el cerebro tenía «agenesia completa del cuerpo calloso» (lo peor que puede haber), y prácticamente solo medio corazón (lo llaman «hipoplasia de ventrículo izquierdo»). Yo era absolutamente inviable. Posibilidad de vida postparto por el corazón, cero y por el cerebro, cero. “Lo mejor es que «interrumpan» el embarazo y conciban otro hijo normal”, dijeron a mis padres. Algunos médicos a abortar lo llaman “interrumpir”.
Cuando el médico dice: «Conviene que interrumpamos su embarazo», la mayoría de los padres, sin darse mucha cuenta, ni quererlo, «interrumpen» a su hijo, o sea, le matan en su corazón; y el pobre feto -que ya para ellos es «nadie», «nada», un «interrumpido»- se llena de pena, no lucha y… se muere.
Yo tuve mucha suerte; cuando le dijeron eso a mis padres, hicieron dos cosas. Primero mi madre dijo: “Vamos a llamarle Manuel, que significa Dios con nosotros, porque es una presencia especial de Dios para nosotros”. Y luego entre mi padre y mi madre decidieron: “Si es presencia de Dios y si se va a morir cuando nazca, qué suerte vamos a tener los cinco meses para poder darle todo el cariño del mundo. Va a ser el niño más querido en el menor tiempo». Entonces yo pensé: «Me quieren, me van dar a cariño, no me van a «interrumpir», como ha dicho el médico. No me van a matar, soy importante para ellos. Tengo que luchar para vivir»; y de pronto, mi corazón, que no funcionaba nada, empezó a crecer un poquito, y mi cerebro comenzó como loco a crear células del cuerpo calloso. Y todo iba creciendo a gran velocidad.
Me querían, yo tenía fuerza y me animaba. Cuando me hicieron otra ecografía no se lo creían. ¡Era imposible lo que había crecido! Ya tenía el cuerpo calloso desarrollado. Y todos los que querían «interrumpirme», ahora querían «ser mi médico». Yo era un fenómeno; querían estudiarme, analizarme. Mi desarrollo era absolutamente anormal.
Llegó el día del parto. Ese día, según los sabios médicos que deciden sobre la vida y la muerte, y saben cuándo va a suceder, yo debía morir nada más nacer. Porque los que son como yo no pueden subsistir fuera del útero materno. Imaginaos cómo estaba mi madre cuando entró en el paritorio para dar a luz al hijo que se iba a morir. Empezó a ponerse nerviosa y a llorar. Yo también estaba nervioso, porque a los fetos nos afecta mucho la situación de nuestra madre, y ella cada vez estaba peor. Luego me he enterado que fue mi abuela Fuencisla la que aviso a D. Manuel: «Vaya a tranquilizar a Paz». Y lo que es un poco raro, sucedió: un cura entró a un paritorio a tranquilizar a una parturienta. Rezaron y yo noté que mi madre empezó a tranquilizarse. Ya estábamos mejor los tres: mis padres y yo. Pero de pronto D. Manuel se puso a contar cosas graciosas de un tal Jesús Gil y Gil, y mi madre al principio no hacía ni caso, pero luego echó una sonrisa y luego una carcajada y yo, al verla, también. Ese señor Gil debió ser un cómico, porque le hizo mucha gracia a mi madre, y perdió todos los nervios. Ya solo pensaba en los dolores que yo le producía por las dilataciones, y así estuvimos los cuatro, nada menos que seis horas de dilatación, hasta que nos llevaron al quirófano. ¡Estaba como el metro!; había más de quince médicos llenos de expectación para contemplar el acontecimiento.
Y entonces nací yo. Diréis: y ¿te moriste? Pues no, porque además de haber luchado y de estar mucho más maduro de lo que los médicos creían, Dios no quiso que me muriera entonces porque soy Manuel y traía una misión que cumplir.
Para que me conozcáis, ahora os quiero decir mis características. Las «accidentales»: rubio, ojos azules, síndrome de Down, 3,200 gramos de peso y del Real Madrid como mi padre.
Las características «esenciales»: persona humana, y desde el día de mi nacimiento (a los cinco minutos de nacer, ¡qué suerte serlo desde tan pronto!) lo más importante: Hijo de Dios por el Bautismo. (¡Ah! Me bautizaron dos curas a la vez, a los que quiero mucho: mi tío Alfredo y D. Manuel).
Hasta aquí mi presentación… Os espero a todos en el Cielo. Desde allí os voy a ayudar mucho, especialmente a vosotros papis: ¡Cuánto cariño me habéis dado!
¡OS QUIERO!
Manu