Venus se deja ver en los crepúsculos, y al amanecer. Al crepúsculo marca el Occidente, ahí está después que se ha ido el sol. Estará ahí antes de que regrese, marcando el Este durante tres horas, que son las de la última vigilia de Pascua, o sea la cuarta. Es el astro de la penumbra, de la espera a veces larga. No se resiste ni al día ni a la noche, se esfuma ante ellos.
Al Cirio de la nueva Luz, que “lo encuentre encendido el Lucero de la mañana, esa Estrella que no conoce el ocaso.” (Exultet)
Cristo afirma: “Yo soy el Lucero radiante del alba,” (Ap 22, 16b; 2, 28b +) mostrando un astro que Él ha creado, y que habla de Él como parábola de la espera, “Yo soy la Luz del mundo, quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida.” (Jn 8,12).
“Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos, te iluminará Cristo.” (Ef, 5, 14b).
Ese astro, miralo para que te ayude en su humilde servicio, ¡cómo se queda lucerito desapareciendo ante Aquel que `no es de este mundo`! ¿Venus y el Sol? Juan Bautista y Cristo.
Fotografía de Natalia Belokopitova, agosto 2018
“Gracias al rahamim de nuestro Dios, el Oriente que procede de lo Alto nos vendrá a ver, a quienes yacemos en tinieblas y en sombras de muerte.”
El Oriente es Jesucristo, la verdadera Luz (2, 32); Jn 1,4; 3,19; 8,12; 12,35; Ap 21,23, que vino al mundo e ilumina a todo hombre (Jn 1,9) como “Sol de Justicia” (Mal 4,2). Cf. Jn 9,5; Is 60,26.
La profecía de Isaías (14,12) dice: “¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de naciones! Tú que habías dicho en tu interior: “Al cielo voy a subir… Me sentaré en el Monte de los dioses (Sal 48,3+), allá por los confines del Norte.”
Comenta la Biblia de Jerusalén:
“Los versículos 12-15 (de Is 14) parecen inspirados en un modelo fenicio (…) presentan varios puntos de contacto con los poemas de Rás Šamrá: el Lucero matutino y la Aurora son dos figuras divinas (…); “el Monte de la Reunión”, el monte en que se reúnen los dioses, como en el Olimpo de los griegos. Los Padres han interpretado la caída del Lucero matutino (Vulg. Lucifer) como la caída del príncipe de los demonios”.
Caer, y estar sentados/yacer en las sombras de la muerte (Lc 1,78 b), es una situación que nos asemeja al estado de aquel que fue precipitado: “He visto caer a Satanás, como un rayo del cielo”, dice Cristo al regreso de la misión de los Apóstoles (Lc 10, 18).
“Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo… según el príncipe del imperio del aire, el espíritu que habita en los rebeldes… Pero Dios, rico en misericordia, movido por el gran amor que nos tenía, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo… con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús.” (Ef 2, 1ss).
Cristo bajó desde lo más alto del Cielo para sacarnos de lo más profundo de la muerte y llevarnos con Él. Este movimiento salvador ha inspirado a san Pablo en la composición de su Himno a la kénosis (Flp 2, 6-11).
La muerte y la vida de Cristo, se hacen realidad en nosotros por el Bautismo.