En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo, «Enseguida, ven y ponte a la mesa»?
¿No le diréis más bien: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
«Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer»». Lc 17, 5-10.
Los Apóstoles estaban viendo con sus propios ojos al Señor. Eran testigos de los milagros que Jesucristo realizaba con enfermos de todo tipo; le habían visto calmar, con una sencilla palabra, tempestades sobre el mar y callar a los vientos; sus ojos habían visto resucitar a muertos y huir demonios ante la voz de Dios.
Y le ruegan que les aumente la Fe. Ven tantas maravillas a su alrededor que quizá no se fían de lo que ven sus ojos, y quieren que su mente, toda su inteligencia, se llene de la luz de saber que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios hecho hombre, que ha venido a estar con nosotros, a hacerse uno de nosotros, a querer vivir con cada uno de nosotros.
Nosotros queremos hacer nuestra esa humilde petición de los Apóstoles. Señor, auméntame la Fe en Ti, en que eres Dios y hombre verdadero; auméntame la Fe en tus palabras, que son Palabras de vida eterna. Auméntanos, Señor, la Fe en tu Iglesia, custodia de la Verdad que eres Tú; y en los Sacramentos, en los que Tú quieres vivir siempre con nosotros, y hacernos así partícipes de Tu Vida, de la Vida Eterna.
El Señor sabe que en medio de los avatares que nos toca vivir, las tentaciones contra la Fe, contra la esperanza, contra la caridad; las rebeliones de la carne contra el espíritu nos pueden asaltar en cualquier momento, y por nuestra fragilidad podemos ceder a sus insinuaciones, y alejarnos de la Luz, de Él.
“Auméntanos la Fe”. Que este clamor nazca en lo más hondo de nuestra alma.
Nuestro Señor Jesucristo, buen conocedor de la gran misión que ha encargado a los Apóstoles, y con ellos a todos nosotros: “Id y predicad a todas las gentes, y bautizarlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”; y sabedor de la fragilidad y debilidad de la condición humana, les hace entender la fuerza de la fe con un sencillo ejemplo:
“Si tuvierais fe como un gramo de mostaza, diríais a este monte: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería”.
Toda la historia de la Iglesia a lo largo de los siglos es una maravillosa historia de Fe. Una historia reflejada no sólo en acontecimientos de especial relevancia histórica, sino también en la vida de tantos cristianos que son fieles a su matrimonio, que aman a sus hijos y los reciben como una bendición de Dios; que no engañan a los demás y les sirven en las mil dificultades de cada día; que aman a sus prójimos; que perdonan y que piden perdón; que dan paz.
A veces nos fijamos solamente en la vida de algunos santos: mártires, confesores, vírgenes, fundadores, como santa Teresa de Calcuta, san Juan Pablo II, san Josemaría Escrivá, el santo Padre Pio, san Juan Bosco, santa Teresa de Jesús, santa Faustina Kowalska,.. y los vemos como ejemplos claros de hombres y de mujeres que han recibido de Dios esa fe “que mueve montañas”, y que han sido cauces de los que se ha servido el Señor para iluminar tantas mentes, y para dar paz a tantos corazones.
Con la palabra “grano de mostaza”, el Señor nos quiere decir a todos, que también podemos, y estamos llamados a vivir esa fe “que mueve montañas”. Con su gracia podemos llevar a cabo esa Fe en la vida nuestra de cada día: viviendo con serenidad y una sonrisa las contradicciones que no faltan; acogiendo en la familia también a los hijos Down como una verdadera bendición de Dios; perdonando y pidiendo perdón cada vez que haga falta; cuidando con cariño a los enfermos; enseñando la Fe, la Verdad de Jesucristo a quienes no le conocen, a quienes nunca han oído hablar de Él
Esa Fe como un gramo de mostaza que el Señor revive en nosotros cada día con la Comunión, “pan de vida eterna”.
“Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?, le dice el Señor a Pedro cuando duda y comienza a ahogarse al caminar sobre las aguas.
“Si tuviéramos fe como un gramo de mostaza”. Los mártires, los cristianos perseguidos de muchas maneras por defender y manifestar su Fe, siguen dando a toda la Iglesia una gran manifestación de Fe, de Esperanza, de Caridad. Y el Señor, con el ejemplo que nos dan, continúa llenando con la luz de la Fe tantas inteligencias.
Este domingo coincide con la fiesta de los Ángeles Custodios. Esos ángeles de los que el mismo Jesucristo nos dijo que están siempre en la presencia de Dios intercediendo por cada uno de nosotros (cfr. Mt 18, 10).
«El Señor está siempre cercano y operante en la historia de la humanidad, y nos acompaña también con la presencia singular de sus Ángeles, que hoy la Iglesia venera como “Custodios”, o sea, ministros de la divina premura para todo hombre. Desde el inicio hasta la hora de la muerte, la vida humana está rodeada de su incesante protección” (Benedicto XVI, Angelus 2-X-2011)
Y los Ángeles coronan a la Reina de la Fe; a la que todas las generaciones llamaremos Bienaventurada, “porque ha creído”. Con Ella, la Fe en su Hijo estará siempre viva en nuestros corazones, en nuestra alma.