«En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa». (Jn 19,25-27)
Virgen María, Tú que sabes de dolores, de compañía, de situaciones que limitan y desconciertan, de llagas humanas y llagas divinas para que el hombre pudiera ser injertado en Dios.
Tú que viste a Cristo en su semblanza dolorida, igual que nosotros vemos a tantas y tantas personas que precisan nuestra ayuda. Hay tantos cuerpos rotos, tantos niños abandonados…, y nuestras conciencias siguen dormidas.
Nunca vemos el momento oportuno para acogerte, de verdad, en nuestro corazón, llenarlo de tus dones y adaptar nuestra vida a la tuya.
Concluyo con unas palabras de José Luis Martín Descalzo: “Tú, que sabes de espadas, Virgen Madre de los Dolores, pon en tu corazón a cuantos tienen el alma destrozada”.
Miguel Iborra