El pasado 16 de octubre del 2014, tuvo lugar, en última instancia, la vista del juicio contra Asia Bibi, la esposa y madre cristiana pakistaní, falsamente acusada del delito de blasfemia que, según la ley anti-blasfemia de Pakistán se castiga con la pena de muerte. Desgraciadamente, y a pesar de la presión internacional, el tribunal, cediendo a las amenazas de los intolerantes, ha confirmado la pena de muerte a esta mujer.
Se trata de una triste noticia porque ha prevalecido el odio de los fanáticos y la sinrazón de los intransigentes contra la verdad y el derecho. Esto no hace sino confirmar que en el mundo islámico no hay lugar para la libertad religiosa en particular ni para la libertad en general.
¿Se trata tan solo de la exasperación de un grupo de radicales, o es otra nueva manifestación de una semilla que está sembrada en el ordenamiento jurídico del Corán? Estamos viendo como la violencia intolerante se extiende a lo largo y ancho de la geografía musulmana; desde los Boko Haram de Nigeria, las guerrillas musulmanas de Centroáfrica, los radicales libios o los “guerreros del califato” en Argelia, pasando por Al qaeda, el Estado Islámico, los talibanes afganos o los intransigentes pakistaníes.
Aún cuando se presenta como una religión tolerante, el Islam, es sobre todo una ideología político religiosa que aspira a controlar tanto a las personas como a las instituciones y gobiernos bajo el dictado de la ley coránica o la “Sharia”. Pero no hemos de olvidar que los “valores” que presenta, poco tienen que ver con nuestras tradiciones.
La idea del hombre creado a “imagen y semejanza” de Dios es extraña al Islam, que considera como blasfemia la afirmación cristiana de que el hombre está llamado a ser “hijo de Dios”. Para ellos este pensamiento es inconcebible, pues Alá no crea por amor sino para hacerse obedecer. Esto trae sus consecuencias, porque no queda garantizada la dignidad de la persona, ni la igualdad de derechos, abriendo el camino para la discriminación de la mujer, por ejemplo. Tampoco queda espacio para la libertad. Nosotros creemos que Dios ha creado al hombre por amor, porque quiere entrar en comunión con él y desea una respuesta de amor, y el amor requiere libertad. Dios no obliga al hombre a creer en él y a amarle. Este es el fundamento principal de la libertad religiosa. Este concepto no tiene cabida en el Islam y si tenemos en cuenta de que se trata de una ideología político religiosa, resulta una quimera el pretender que pueda haber en su seno democracia o libertad religiosa, sino que, tal como indica el mismo concepto de Islam, sólo cabe la sumisión a los designios de Alá e imposición de sus mandatos. Y si el deber de todo musulmán es el de expandir el Islam de grado o a la fuerza, temo que la mayor amenaza hoy en día para la paz en el mundo proviene de un Islam que se sienta fuerte, tal como ha demostrado la historia en estos casos. Es lo que está sucediendo en nuestros días, toda vez que se detecta la debilidad de un occidente a la deriva minado por la ideología de género y el relativismo, que ya no cree en sus principios.
Pero no podemos aceptar la imagen del dios que presentan los fundamentalistas islámicos. Dios no es cruel ni vengativo ni se sacia de sangre. Creen que extirpan la raíz del cristianismo asesinando a los cristianos, y no saben que la sangre de cada cristiano derramada perdonando a sus verdugos es semilla que produce un fruto incalculable. Por eso, la noticia de la sentencia condenatoria a Asia Bibi sino es motivo de alegría, tampoco lo es de desesperanza; antes bien, podemos alegrarnos del testimonio de esta mujer hasta la sangre, amando y perdonando a sus verdugos; imagen verdadera de un Dios que es amor y libertad, no imposición u odio; un Dios que pide correspondencia a su amor, no sumisión; libertad y no determinismo fatalista. La verdad no la tienen jamás los verdugos sino las víctimas que permanecen fieles a su fe hasta el final. Esto es lo que está haciendo Asia Bibi, mostrando, de este modo, la superioridad moral del cristianismo sobre el islam.
Por nuestra parte, no hay juicio ni condena, sino perdón, porque también ellos son amados por Dios y merecen salvación y no condenación. Tienen derecho a recibir la luz del evangelio que los libere de la tiranía que los tiene sojuzgados desde hace XV siglos. Tienen derecho a que se les muestre el Dios del amor que se hace cercano al hombre y viene a dar vida en abundancia, y no un dios lejano, autoritario y exigente que, en su absoluta libertad, se impone arbitrariamente a la voluntad humana. Nuestro deber es anunciarlo aún cuando no sea aceptado, y hemos de hacerlo sin temor alguno, como nos recomiendo el Apóstol: “No os inquietéis por cosa alguna” (Flp 4,6).
Dios lleva los destinos de la historia, y en estos momentos recios en los que el cristianismo se ve amenazado desde fuera por el fanatismo de los extremistas musulmanes, y desde dentro por la intransigencia del laicismo militante, hemos de ser conscientes de que nuestra misión es la de ser luz del mundo y esta luz ha de brillar con la firmeza de nuestra fe, la alegría de nuestra esperanza y el fuego de nuestro amor, no cediendo ni un ápice de la verdad y asumiendo con lucidez las consecuencias que puedan derivar por ser fieles a la Verdad. La constancia en la tribulación de esta madre pakistaní es una muestra ejemplar de que vale la pena vivir y morir amando hasta el final. Recemos por ella, para que el Señor la sostenga en esta hora suprema y por sus detractores, para que un día puedan conocer al Amor.
Ramón Domínguez