Pincel del Creador
Miguel Ángelse explica así: “Para, imitar en parte la venerada imagen de Nuestro Señor, no es suficiente ser un diestro pintor y excelente maestro. Creo que debe ser además un hombre de vida irreprochable e incluso en lo posible un santo, para que el Espíritu Santo ilumine el entendimiento […], pues sucede a menudo que las imágenes mal pintadas distraen la atención de los fieles y les hacen perder su devoción, al menos a los que no tienen mucha; mientras las que están divinamente pintadas, excitan la devoción de los poco devotos o les lleva a la contemplación y las lágrimas, y su austera belleza les inspira gran reverencia y temor”.
La teoría pura y sin vivencia de un artista no puede generar una obra de arte sagrado, quizá podrá conseguir una obra de temática religiosa.2
Nunca deja indiferente
Una obra religiosa no deja impasible al espectador, aunque se contemple en un museo –fuera de contexto– porque la tremenda fuerza e importancia del mensaje que transmite tiene poder para mover el corazón. El rostro de Dios en un pantocrátor, su mirada no dejan indiferente,3 sino que interpelan al que lo contempla.
“Espiritualidad” sin espíritu
Últimamente hemos asistido a la aparición de obras que pretenden ser espirituales, pero que se reducen a meros efectos de nihilismo, de la nada que embarga al hombre.
Así, los actos en memoria del 11-M son signos y liturgias que representan muy bien su contenido y su doctrina: la nada. No hay esperanza, no hay rumbo, no hay solución al sufrimiento, no hay explicación, no existe el sentido que Dios da al dolor del hombre.
Esta espiritualidad atea y nihilista se apoya en un arte que es su fiel reflejo, aséptico y desvinculado, sólo ligado a la subjetividad del artista, al criterio de un individuo.
También hemos asistido a manifestaciones de fe teórica, no vivencial, como ha ocurrido en la Catedral de Mallorca con Barceló. En el altar se ha erigido una obra que carece de lo fundamental: que el autor crea en lo que hace. Es una farsa, arte vacío. No es arte religioso, pues el que acuda a la Iglesia con necesidades reales, con angustias, con deseo de rezar y de encontrarse con Dios sólo se encontrará un monumento al ego del artista, su subjetividad incuestionable y sus argumentos irrefutables, por estar imbuidos en la presunción de elitismo (soy élite, soy especial, soy inalcanzable…).
Tú eres la belleza
La gente se pregunta: ¿Por qué hay actualmente tanto arte feo…?
Y el arte religioso ¿por qué, además de feo, aparece cutre y rancio?
En el arte moderno, la belleza se concibe como algo superado, un lastre academicista como la perspectiva o la anatomía del que el artista debe liberarse. Ya no es necesario que la obra sea bella.
San Francisco, después de haber recibido los estigmas de Cristo exclamaba: “¡Tú eres belleza…tú eres belleza!”
San Buenaventura “contemplaba en las cosas bellas al Bellísimo y, siguiendo las huellas impresas en las criaturas, seguía a todas partes al Amado”.
En la espiritualidad oriental Cristo es El Bellísimo, la belleza superior a todos los mortales.
Si la obra hace presente el amor de Dios, la obra será bella.
Pero este amor no se puede representar si no se vive. La obra tiene que manifestar un amor concreto, real y verdadero, la experiencia del amor de Dios en el artista. Así la obra se podrá convertir en arte religioso, y un creyente se podrá identificar en la obra de otro creyente.
Es el principio de causa-efecto, que aquí cobra una importancia vital; la causa es la fe y el efecto es la obra religiosa. Si se pretende obtener directamente el efecto, se consiguen efectismos: el efecto icono, el efecto Salcillo, el efecto Miguel Ángel…
Dios nos amó siempre, antes de que nosotros le amáramos a Él. Éste es el contenido que da razón de ser y forma a la obra, y la impregna de tal modo que la convierte en algo sagrado y bello; no pretencioso ni deslumbrante, sino iluminador.
Descendiendo a la humildad
Es fundamental la humildad del artista religioso. El artista humilde espera a que el Espíritu Santo le ilumine4 a través de la oración.
Así, el artista de arte sagrado se transforma en catequista.
Para ello, ha de convertirse cada día; pedir a Dios que le guarde y le conceda la fe . Si no vive en el Amor, creará una obra de mayor o menor calidad, pero nunca plasmará el hecho concreto de este Amor, sino sucedáneos y aproximaciones, fracasando su razón de ser.
El artista ha de combatir, y no podrá combatir tanto arte contrario, tanta contra-catequesis, con un arte ambiguo, blando, sentimental, que no refleja la experiencia del amor de Dios, que no conlleva una conversión y que no cree en lo que representa.
La obra más bella
El cristiano es la obra de arte más bella. Se puede considerar como un icono cuando en él se ven los dones que Dios le ha regalado, cuando en él reluce la belleza del amor de Dios de una manera no teórica, sino real y existencial.
El mensaje en el espejo
El arte religioso no tiene que ser un reflejo de la sociedad de su tiempo; sino un reflejo de Dios.
Mientras el arte moderno pretende desprenderse de todo contenido y llegar al arte por el arte, en el arte sagrado el contenido es lo importante. No puede ser ignorado y tampoco puede ser representado sólo a través de la intuición. Esto es un grave error, que conduce a una obra vacía de sentido.
Dostoyevski en su obra “El idiota” escribe: “La belleza salvará al mundo”¿Qué belleza es ésta…? Jesucristo.
El Salmo 45 canta: “Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán”.
La belleza nos hace presente a Dios, porque Él es la máxima belleza.