Hola a todos! Os quiero dar mi crítica desde una visión cristiana de la Feria de Arte Contemporaneo ARCO que acaba de tener lugar. Empezaré por deciros que no había nada llamativo ni a nivel insultante ni a nivel emocionante, por más que algunos lo intentaron… pero siempre hay algo que despierta una luz en nuestro interior… Lo más curioso y lo que nunca me había pasado es que lo que más me conmovió: la decoración de la sala VIP por mano de Zara Home. Mi intención no es ser insultante al decir que lo que más me haya impactado de la muestra de arte más importante del país sea el montaje de una carpa… es más bien que ahí tuve un encuentro de plenitud muy especial; os explicaré…
Llegar a IFEMA ya es un viaje que tienes que planear, luchar por donde acceder al parking más cercano obligándote aun así a abandonar tu coche bastante lejos de la entrada, te aventuras entonces a un paseo bajo la intemperie hasta que te ahogas en el desconcierto de masas para acceder al pabellón frio e inmenso de la feria; avanzas perdida en una jungla de luchas de poder donde te sientes bandeado, sin conseguir ubicarte, ni siquiera a nivel estético y en ese abismo, casi de forma autómata te arrastras por los pasillos como absorbida en túneles buscando la luz. La sorpresa es cuando de repente al fondo del pabellón el sonido de unos pájaros te avisan de tu salvación ante la llamada Sala VIP. Un arco de arbustos te acoje dándote la bienvenida como abrazando tu soledad e invitándote a entrar buscando aliento. Efectivamente eso es lo primero que encuentras al abrir tu boca de par en par ante una cascada de rosas antiguas derramadas como si el cesto de un jardín mágico se hubiera caído ante ti. Cuando consigues cerrar la boca tu mirada se alza casi tirándote hacia lo alto siguiendo columnas de flores y enredaderas que te envuelven en un espacio mágico. Respiras profundamente intentando absorber tanta belleza y con dolor sueltas el aire en pocas dosis para no perder la grandeza.
La sensación de plenitud y de encuentro con la estética me invadió por completo. Así comprobé como Dios me esperaba al final del pasillo. Me sentí en un espacio sagrado donde reposar mi alma y mi ser para llenarme de un arte efímero que nos era regalaba sin pretensión, sin lucha, sin coste, solo buscando nuestra entrega y nuestro abandono. El espacio VIP era un corazón latiendo dentro de la frialdad de ARCO, calentándonos, cobijándonos y abrazándonos, sentí la presencia de Dios envolviendo el ambiente, pero era obvio… ¿Dónde iba a estar el Señor presente, si es el máximo VIP?
Refrescada mental y espiritualmente me volví a lanzar al vacío del bullicio de la feria y cuál fue mi sorpresa que una vez depurado mi interior empecé a ver múltiples obras que me hablaban de la lucha por la belleza en un mundo hostil. Sobretodo oía mensajes de piezas que luchaban por el resurgir de la naturaleza comida entre el asfalto que nos rodea. Gritos de ayuda contra la deforestación, árboles atravesados por metales de desguaces, semillas sobre telones de plástico que se obsequiaban al visitante dentro de una bolsitas `para que nos las pudiéramos llevar y así darles una oportunidad de vida.
Si tuviera que escoger una sola obra de ARCO que me llegara al corazón diría sin duda los árboles oníricos de Jorge Mayet, presentado por la galería Horrach Moya. Su obra representa unos árboles suspendidos en el espacio flotando sobre sus raíces, sostenido sobre planos de tierra resquebrajada. Interesante, muy interesante! Y estéticamente impactante. Se entreleía un ansia de búsqueda de raíces, de valores, un anhelo del árbol de la vida y a la vez una paz que sostiene un entorno despedazado. Parecía hacer una llamada al hombre actual hipermoderno y desnaturalizado, que ha abandonado su propio yo desvinculándose de su entorno. Se lee una queja a la vida desraizada socialmente, espiritualmente e incluso ideológicamente.
Al investigar sobre la obra y el artista comprendí ese grito y la pérdida de raíces, al ser Mayet de origen cubano viviendo en Mallorca junto a su familia. Su familia ha debido ser esos hilos trasparentes que sostienen su árbol, su identidad porque además de acompañarle en el exilio colaboran con él – descubrí que su hermano, escultor y su misma madre, intervienen directamente en la ejecución de sus obras. La familia sostiene la vida siendo esos hilos invisibles que nos atan a nuestros orígenes y configuran nuestro ser. El árbol vital cuelga en el espacio con una sola sujeción que nadie ve, solo la propia pieza conoce y abraza como línea de sujeción hacia lo alto, hacia Dios. En silencio, invisible, pero sosteniendo el peso en su totalidad casi como si fuera liviano. Ese hilo invisible y potente es la oración. ¡Gracias por iluminarme!
María Tarruella