«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (22 Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. 23 Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”.) El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».” (MT 7, 21.24-27)
Es difícil entender por qué se suprimen para la proclamación del Evangelio hoy, los versículos 22 y 23 de Mateo 7. No son largos, no son repetición de lo anterior, ni difíciles de actualizar o de explicar en una homilía, antes podría decirse que son demasiado fáciles, demasiado claros. No encuentro la razón. Me apuntaba un amigo, –algo crítico siempre con Iglesia que llama “la patronal”–, que alguien de los que tienen facultad y poder en la Iglesia de hoy de profetizar en nombre del Señor, de echar demonios en su nombre, y hasta hacer milagros, se sintiese aludido, y por eso los suprimió. Siempre hay que aceptar a la Iglesia, a su Jerarquía y a su sentido pastoral, pero recortar el Evangelio habrá que pensárselo bien, aunque lo deje a uno en evidencia, porque da lugar a malos entendidos incluso en gente piadosa.
El tema central de hoy, informado por Jesús y su Espíritu en Mateo para escribir este Evangelio, es la misma petición del Padrenuestro, “Hágase tu voluntad”. El Padre tiene una voluntad para cada uno. Conocer y realizar esa voluntad, es la esencia de nuestra personalidad en la Iglesia, y distingue entre hombre sabio y hombre necio. Ambos construyen una casa hermosa a la vista, incluso la del necio lo sería más, porque lo que ahorró en cimientos lo gastaría en adornos, y podía estar sobre la arena de la playa, frente al mar. Pero uno supo echar bien los cimientos y otro no. Sería cruel recordar la cantidad de ‘lluvias, desbordamiento de ríos, soplo de vientos, terremotos, tifones, tsunamis…etc. etc. que asolaron la tierra este mismo año 2017. Y los efectos físicos fueron diferentes en muertes y ruina entre los que habían construido con buenos cimientos o no. Por lo que fuese, que no es aquí el momento de denunciar egoísmos o pobrezas, en la vida espiritual de seguimiento de Jesús y de vivir en su Palabra, ha ocurrido lo mismo. También grandes tempestades asaltan la fe sencilla de gente que quiere vivir y hacer realidad la voluntad del Padre.
No se trata de hacer milagros y espantar demonios, sino de hacer hasta las cosas más santas según la voluntad del Padre. Es la virtud de la “diacrisis” o discernimiento, saber y elegir en las cosas sencilla diarias, lo que es de Dios y lo que no. Porque si no hacemos la voluntad del Padre, hasta los milagros serían en gloria propia, no en gloria de Dios, o beneficio de los hermanos.
Imposible fundamentar nuestra casa, nuestra religión cristiana, fuera de la cruz. En el huerto de los Olivos, aquella noche de luna llena, de soledad y sudores de sangre, la enseñanza del Señor, a costa de su dolor, y contra su voluntad pacífica de hombre, fue la misma: «no se haga mi voluntad sino la tuya».
Eso está claro. Lo difícil no es solo conocer la voluntad del Padre sobre mis cosas en la historia del hombre y de la Iglesia, lo realmente duro algunas veces es cumplirlo, o incluso dejar que se cumpla, sin poner traba alguna a sus caminos de cruz.
La roca inamovible para fundamentar la casa segura de la vida y el camino que llega más allá de la muerte, es el Evangelio completo.