En mis tiempos universitarios, algunos catedráticos daban aprobado general cuando se jubilaban. Recuerdo que mi catedrático de Física lo hizo, pero eso sí, guardando las formas. A los que no habían aprobado todas las evaluaciones los hizo comparecer a un examen final oral. A pesar de su fama de severo, el rumor era que iba a aprobar a todos los que se presentaran. Uno a uno iban pasando por el aula y salían aprobados, hasta que una compañera salió suspendida. Se le había ocurrido el siguiente saludo: “Buenos días, vengo a que me suspenda”; y él respetó su deseo.
Salvando las distancias entre criatura y creador, sus distintos motivos, y el tema de la asignatura (“Al atardecer de la vida me examinarán del amor”), me parece que Dios hace algo parecido con todos los seres humanos. Todos hemos sido convocados al juicio del último Día; al final de nuestra existencia, Jesucristo volverá como Juez. Y, me parece a mí, que el no haber creído en Él no va a ser el verdadero problema para ir al cielo, porque en el último instante todos vamos a ser conscientes de que Dios existe. El peligro de verdad estará en no haberle conocido, porque “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).
si muchas son mis deudas, infinito es tu perdón
La Fe no es un ejercicio intelectual en el que uno llega a la conclusión de que lo más razonable es que Dios exista —este podría ser en algunas personas un primer paso—, sino llegar a saber cómo es Dios por la propia experiencia. En definitiva, habernos conocido a nosotros mismos, nuestras debilidades, y haber experimentado que, a pesar de todo, Dios nos ama y nos perdona.
Quien no haya experimentado a lo largo de su vida la misericordia de Dios, difícilmente habrá podido ser misericordioso con los demás, ni podrá serlo consigo mismo en el último instante, y corre el riesgo —cuando al final de su vida sea consciente de que Dios existe y ante sus ojos pase todo el daño que ha hecho y el bien que ha dejado de hacer— de creer que va a ser implacable, porque él mismo no se perdonaría. Esta será la última gran tentación; el demonio va a intentar convencerle con todas sus fuerzas de que lo suyo no tiene perdón de Dios, y entonces pensará en no presentarse al examen, sin darse cuenta de que precisamente el juicio es su salvación: “Guardad silencio, que voy a hablar yo: venga lo que viniere, me lo jugaré todo, llevando en la palma mi vida, y, aunque me mate, lo aguantaré, con tal de defenderme en su presencia; esto sería ya mi salvación, pues el impío no comparece ante Él” (Jb 13,13-16).
Por eso, “el juicio será sin misericordia para el que no practicó la misericordia”, aunque “la misericordia se ríe del juicio.” (St 2, 12-13). El juicio será sin misericordia para el que no se presente, porque será juzgado en rebeldía, sin que la misericordia pueda alcanzarle, sin poder enterarse de que su condena ya tiene previsto el indulto (con una previa y necesaria purificación), sin poder recibir la gracia de Dios; esta será su condenación para toda la eternidad.
de tu mano me fío y a tu mano me entrego
Mi viejo catedrático dio aprobado general porque se jubilaba (no parece que fuera lo mejor para la capacitación de los futuros profesionales). Porque da aprobado general, Dios se llena de júbilo (porque solo Dios puede capacitar a los hijos de Dios). Pero si en algo hay coincidencia es en respetar la libertad y el deseo de los convocados.
Así que nos conviene conocer a Dios, cuanto antes mejor. ¿Cómo? Dice Jesús: “Quien me ha visto a mi ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Mirar el crucifijo es mirar el amor de Dios que dice: Te amo hasta morir por ti, hasta la última gota de mi sangre. Mirar el crucifijo es un saludable ejercicio para conocer a Dios (y no solo para los cristianos, sino para todo ser humano), para estar preparados a superar el miedo ante el juicio.
Y tenemos toda una vida por delante para intimar con el Señor. Con el sacramento de la penitencia podemos experimentar ya un anticipo del Juicio Final, saber cómo se desarrollará, experimentar la inquebrantable voluntad de Dios de introducirnos en su intimidad trinitaria; y con la eucaristía, recibida la Gracia, incluso podemos comernos al mismo Amor. Conviene, pues, ir aprobando estos exámenes parciales sobre el conocimiento de la misericordia divina, y no dejarlo todo para última hora, no sea que nos entre el pánico, nos quedemos en blanco y salgamos corriendo… hacia el infierno.