Xin Yage / Asia News / ReL
Actualizado 4 mayo 2015
De origen alemán, la hermana Marianeldis Loewe ha pasado más de 50 años sirviendo a los pobres de Taiwán. Tiene mucha experiencia misionera y religiosa para compartir.
Infancia en la Segunda Guerra Mundial
«Yo nací en Silesia hace 84 años, en 1931, en un pueblo que es ahora parte de Polonia. Era la segunda en mi familia, tengo un hermano mayor y dos hermanas menores. Mi padre fue prisionero de guerra de los rusos durante cuatro años. Mi madre, con cuatro hijos, tuvo que huir y refugiarse en Baviera para sobrevivir», explica, recordando los duros años de la Segunda Guerra Mundial. La guerra empezó cuando ella tenía 8 años, y acabó cuando tenía 14. Y la postguerra fue dura.
Les ayudó la hermana de su padre, una monja, que«nos llamó desde su monasterio en el norte de Alemania Occidental, por poder proporcionarnos un hogar y el cuidado, después de la guerra. Eran los años de la reconstrucción. Después de un período de miseria, la familia se reunió. Mi padre, que dábamos por perdido en la guerra, volvió con la familia y empezamos una vida normal», recuerda.
El ejemplo de su tía inspiró su vocación religiosa. «Cuando vivíamos en Baviera ella nos encontró y nos invitó a ir con ella al norte, pero ni siquiera teníamos dinero para un billete de ida y vuelta, y mucho menos para 5 billetes. Fue persistente, no se dio por vencida, hizo correr la voz hasta lograr recoger ese dinero. Nos dijeron que había cinco asientos disponibles, ya pagados en el tren para el norte de Alemania. Yo tenía entonces 17 años de edad».
«Cuando conocí a mi tía, hermana de las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo desarrollé mi vocación a la vida religiosa. Un día expresé mi deseo y ella simplemente respondió: ‘Al verte, poco a poco tuve la intuición’. Todo el sufrimiento que soportamos a causa de la guerra marcó mi vocación. Me sentí llamada a servir a los pobres y los enfermos».
Una vida de misionera en Taiwán
«En 1962 fui enviada a Taiwán. Zarpamos desde Nápoles, hicimos una escala en Hong Kong y luego nos dejaron en esta isla donde he permanecido hasta hoy. La primera misión fue en Hsinchu, a una hora de Taipei, donde trabajé con los pobres en las afueras de la ciudad. Había muchas personas mayores, especialmente enfermas, a solas. Me formé como enfermera y me sentí muy involucrada, muy adecuada para quedarme con ellos».
«Luego me enviaron a Geelong, donde seguí trabajando para los marginados. No hacemos proselitismo, pero recuerdo que muchos enfermos, literalmente, se aferran a la cruz que llevo al cuello. Muchos repetían: «necesito a Jesús, necesito tu fuerza!’ Y pedían el bautismo».