La razón de la pastoral vocacional, la de siempre -en palabras bellísimas del Maestro Juan de Ávila: “el trabajo de curar almas es muy grande”- se ha revestido de graves urgencias en los países y sociedades de viejas raíces cristianas. ¡Hay que evangelizar de nuevo! Esa es la llamada y la fórmula del Papa. Nuestros hermanos los hombres y mujeres de hoy necesitan evangelizadores que les anuncien a Jesucristo con el estilo de seguimiento incondicional y de identificación plena con Él, como el de los Doce, para que puedan creer en él, según hemos leído en la carta de San Pablo a los Romanos. El ansia de salvación que sienten los hombres de nuestro tiempo con tanta hondura personal y con tanta radicacliad existencial -confiésenlo o no explícitamente- sólo puede ser satisfecha por Jesucristo, anunciado como el único salvador del hombre. Nos lo recordaba recientemente la Declaración “Dominus Iesus”: el anuncio del Jesucristo para salvación del mundo no sólo es un imperativo del Señor a su Iglesia, sino también lo mejor-lo necesario e imprescindiblemente mejor- que podemos y debemos ofrecer a la humanidad. “Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios a la salvación”. Él es el camino, el único camino.
Trabajemos por suscitar vocaciones de nuevos evangelizadores y para ello seamos testimonio de una vivencia gozosa de la propia vocación y seguimiento del Señor, aun en medio de las dificultades e incomprensiones, que no son pocas ni leves. San Juan de Ávila pone en boca de San Mateo una oración que sin duda es expresión de sus propios sentimientos. Oración que cada uno podemos hacer propia, como confesión de nuestra más íntima experiencia sacerdotal:
“Tú, Señor, lo sabes. No me turbaron las palabras de los que de mí murmuraban, de los que mal sentían y decían de mí y de los que me contradecían; porque yo te seguía a Ti, Pastor bueno, Pastor amoroso. Ni, después que te seguí, deseé cosas de este mundo; no busqué favores de hombre, ni riquezas que los hombres suelen desear, ni otra cosa que según hombre pudiera procurarme y desear. Tú, Señor, lo sabes que digo verdad, cuán de buena gana lo dejé todolo que tenía y todo lo que pudiera tener por seguirte a Ti, Señor mío, Pastor mío, Bien mío” (Sermón 77).
Queridos hermanos, pongamos en manos de la Virgen nuestros trabajos. A Ella que es Reina de los Apóstoles, confiamos nuestra preocupación y nuestro celo apostólico por las vocaciones y con ella imploramos el Espíritu de la nueva Evangelización. Que la intercesión de San Juan de Ávila nos conceda, como él decía, “vernos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre” (Plática 1). ¡Cuántos lo esperan, lo desean y lo imploran dentro de la Iglesia y fuera de ella!| La oración de los humildes será siempre atendida. Así sea.