En aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones» (San Mateo 12, 14-21).
COMENTARIO
El evangelio de Mateo nos cuenta, unos versículos antes, que Jesús estaba en la sinagoga en sábado, había un hombre con una mano paralizada y los escribas y fariseos imaginando lo que, como otras veces iba a hacer, le preguntaron para pillarle, si era lícito curar en sábado. Él les hace ver que cualquiera de ellos si tienen una oveja y cae en un hoyo la sacarán: “y un hombre vale más que una oveja”. Manda al hombre lisiado extender la mano, y le cura. Esto enciende en ellos una enorme rabia. Y por ello es aquí cuando, a la salida, se confabulan para matarlo.
El primer punto para reflexionar es la dureza del que no cree ni ante un hecho maravilloso, como es la curación de un impedido. El odio hacia este hombre que les da lecciones con la palabra y los hechos, no les deja tener sentimientos de compasión ni ternura. La soberbia les mata la capacidad de amar al semejante y no sienten la alegría al ver la maravillosa curación. Una vez más se repite lo que en el antiguo testamento hemos oído que Dios no cesa de reprocharles, “es un pueblo de corazón endurecido”.
El evangelista dice que Jesús se enteró, pero sabemos que Él, como Dios, conoce todos los secretos de nuestros corazones. Sabe cómo va a acabar su misión, y quienes son sus enemigos. Pero no se enfrenta con ellos; el Señor se aleja, cura a todos, dice el texto, y les manda que no lo descubran. Muy oportunamente Mateo nos remite al profeta Isaías (42,3) con ese precioso párrafo sobre la actuación paciente del Mesías prometido, ante las barbaridades y errores de los hombres de su tiempo: “ No gritará, no porfiara…. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará”.
No se ensaña Dios con los que le atacan en su ignorancia, ni pierde la calma con los que por caminos equivocados buscan la verdad.
Y añade finalmente la frase profética de Isaías: “Hasta implantar el derecho”. Me interesa especialmente esta frase. Dios habla de su hijo amado al que enviará para anunciar el derecho a las naciones”. Lo que le hace falta al hombre para vivir armónicamente es esta justicia de Dios, que emana del amor. El derecho de Dios es el único derecho libre de los intereses económicos y políticos, del deseo de venganzas, y de la manifestación de prepotencia y crueldad que usan jueces y gobernantes para reforzar su poder, y someter a los débiles.
El reino que Jesús vino a darnos a conocer no está violentado por las leyes, se desliza suavemente desde la caridad de Dios como un poderoso impulso capaz de cambiar el mundo. La animalidad, superada aparentemente, aún tira hacia abajo al hombre, su soberbia de recién llegado al conocimiento le endiosa; se rebela y retuerce ante la idea de ser conducido por alguien superior. Pero la felicidad deseada solo la encontraremos dejándonos llevar de la mano de Jesús el hijo amado de Dios, con ese confiado abandono de Juan de la Cruz, que deja su “cuidado entre las azucenas olvidado”.