Si de verdad nos consideramos hijos de Dios y, además, seglares, nada hay más importante para nosotros que anunciar la Palabra de Dios, la Buena Noticia. Por eso San Pablo dice muy bien en su Epístola a los Romanos: “¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la Buena Noticia!” (10,14-15).
Por tanto ¿Qué podemos encontrar, como bueno y gozoso, en esta expresión del apóstol de Tarso? Creemos que esto que sigue:
Gozo de la labor del anunciador
Transmitir la Palabra de Dios ha de ser, para quien se considera su hijo, algo hermoso, algo que le ha de llenar el corazón de alegría y de esperanza en que sea recibido como corresponde a lo que sale del corazón del Padre e inspira a su semejanza a fijarlo por escrito. Y, también, transmitir la doctrina católica es, más que nada, obligación. Pero no se trata de algo que cause enojo o tristeza sino apertura del corazón al otro y, por eso, al hermano en la fe y al que no la tiene.
Llevar, pues, la Palabra de Dios allí donde es necesaria no deja de ser hermoso para quien lo hace y gozoso para quien la recibe. Y no extraña, por lo tanto, que san Pablo así lo considere y que, además, apunte hacia algo muy importante: llevar la Palabra, el hecho de hacerlo, es en lo que radica la esencia de la transmisión de la Buena Noticia.
Pies que anuncian
Reconoce la Iglesia el papel que los laicos tenemos en el camino que nos lleva al definitivo reino de Dios. Tal papel es de vital importancia y consiste, efectivamente, en trasladar la Palabra de Dios a los ámbitos en los que cada cual nos movemos, requiriendo, tal hacer, la manifestación de una voluntad transmisora de la doctrina de Cristo. Por tanto, no es nada impuesto sino que supone llevar a cabo lo que nos corresponde como hijos de Dios en el mundo en el que peregrinamos.
La Buena Noticia
Aquello que el cristiano ha de hacer, en cuanto transmisión y misión, es, efectivamente, dar la noticia mejor que nunca se ha podido dar: Cristo ha resucitado y, por lo tanto, ¡Cristo vive! siempre entre nosotros hasta el fin de los tiempos cuando regrese en su Parusía.
Bien lo dejó escrito el apóstol Pedro: “Estad siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1Pe 3,13). De aquí que la respuesta que tengamos que dar está implícita en la Palabra de Dios y es aquella que consiste en reconocer a Dios como nuestro Padre ya Cristo como nuestro hermano (además de Dios, claro está).
Y la esperanza también nos corresponde transmitirla en un mundo que, muchas veces, carece de ella por haberse alejado de Dios.
Buena Noticia, Cristo, Dios, Palabra.
Y tal misión es nuestra: seglares en un mundo descreído.
Eleuterio Fernández Guzmán