«El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos». (Jn 20,1-9)
¡Jesucristo ha resucitado¡ ¡Aleluya, aleluya! Desde hace dos mil años la Iglesia proclama con gozo este hecho histórico, verdad central de nuestra fe que otorga sentido a nuestra vida personal y a la entera historia humana. La Resurrección del Señor no fue, como la de Lázaro, una vuelta a la vida terrena ordinaria para volver a morir, sino algo esencialmente diferente. Benedicto XVI señala en su libro Jesús de Nazaret que con la resurrección de Jesús “se ha producido un salto ontológico que afecta al ser como tal, se ha inaugurado una dimensión que nos afecta a todos y que ha creado para todos nosotros un nuevo ámbito de la vida, del ser con Dios”.
Por eso, San Pablo dirá que sin esta victoria de Jesús sobre la muerte, la predicación sería inútil y la fe cristiana estaría vacía (1Co 15,14). Y es que la resurrección de Cristo es prueba de su divinidad, confirmación de cuanto hizo y enseñó y garantía de nuestra justificación y de nuestra futura resurrección.
El tiempo pascual que hoy iniciamos es tiempo de alegría y esperanza. Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. (…). Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos. (S. Josemaría Escrivá).
Con la resurrección del Señor ya no caben miedos ni desánimos. La virtud de la esperanza fue representada con frecuencia por los primeros cristianos mediante un ancla. Con esta imagen querían significar que nuestra seguridad se funda en el triunfo de Jesucristo sobre el pecado y la muerte.
Jesús vive. Pero para encontrarlo hay que ponerse en movimiento, con el mismo afecto y la misma prontitud con que María Magdalena y las otras mujeres fueron de madrugada a embalsamar a Jesús; con el apremio con que Pedro y Juan salieron corriendo hacia el sepulcro; con la urgencia con que los discípulos de Emaús retornaron de noche a Jerusalén después de haber reconocido al Señor al partir el pan… Aprovechemos este tiempo de Pascua para acudir también nosotros a buscar al Señor resucitado, especialmente en la eucaristía: participando en la celebración eucarística con atención y piedad, recibiendo la comunión frecuente con la mejor preparación posible, visitando físicamente o con el corazón a Jesús sacramentado que nos espera en los sagrarios de las iglesias cercanas…
¡Cómo cambiarían nuestras vidas si nos moviéramos en todo momento con la certeza de la cercanía de Jesús resucitado! ¡Y cómo aumentaría nuestro deseo de darle a conocer entre nuestros familiares y amigos! La fiesta de Pascua es una llamada a anunciar con las palabras y las obras que Cristo vive, a reaccionar como las santas mujeres y los apóstoles tras encontrarse con el Resucitado, a dar testimonio de la resurrección con valentía y constancia. En sus primeras palabras tras su elección, el Papa Francisco se ha referido a la tarea de la evangelización que tenemos por delante. Es una tarea fascinante que Jesús resucitado está empeñado en realizar con nuestra colaboración.
Juan Alonso
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todos como bautizados debemos anunciar el reino de Dios con Cristo vivo en nosotros mismos.