“Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: “¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados”. Algunos de los escribas se dijeron: “Este blasfema”. Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados -entonces dice al paralítico-: “Ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”. Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad”. (Mateo 9, 1-8)
Nosotros los cristianos sólo podemos decir como aquel ciego de Jericó: yo sólo sé que antes era ciego y ahora veo; o como este paralítico: yo sólo sé que antes era paralítico y ahora puedo caminar. ¿Por qué? Porque hemos recibido una Palabra del Señor: “ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”. Esa es mi historia, esa es la historia de todo cristiano. Somos testigos de que los cojos andan, los ciegos ven, los mudos hablan. Todo por la gracia de la Palabra del Señor.
¿Para qué? Para ser luz del mundo y sal de la tierra. Para que todos vean que es verdad esta Palabra de Jesús: “tus pecados te son perdonados”. Gran misterio es este. Gran misterio es la Iglesia, la comunidad de los hermanos que manifestamos al mundo en nuestra vida que es verdad, que nuestros pecados nos han sido perdonados, que ha habido Uno que ha pagado por ellos, Jesucristo que ha muerto en la cruz por nuestras maldades y pecados. Ante el anuncio de esta Buena Noticia, unos dirán, como los escribas y fariseos: “este blasfema”; otros, como el pueblo que fue testigo del milagro del paralítico, quedarán sobrecogidos y alabarán a Dios.
Gran misterio es este. A nosotros sólo nos queda decir la verdad de la que hemos sido testigos: antes éramos paralíticos, y ahora, caminamos, con nuestra camilla a cuestas, con nuestra realidad de pecado a cuestas, pero anunciando la Buena Nueva: que nuestros pecados nos son perdonados en Jesucristo.