¿Podríamos definir el arte católico? ¿Es aquel hecho por artistas católicos o el que sigue una iconografía católica? ¿Es el realizado con un sentido moralizante puramente católico o más bien el efectuado con vocación universal, capaz de conmover a cualquier espectador y hacerle percibir la existencia de lo misterioso, de lo intangible, de aquello que está más allá de la pura materialidad de los pigmentos, texturas, formas e ideas?
A lo largo de la historia ha sido difícil diferenciar entre arte religioso y arte sacro. El primero se refiere a aquellas obras artísticas donde se muestra la fe y el amor del hombre a Dios. En el arte sacro, sin embargo, podemos contemplar lo mismo que en el religioso pero a su vez sirve para el culto divino.
Juan Pablo II en su carta a los artistas afirmaba: “La auténtica intuición artística va más allá de lo que perciben los sentidos y, penetrando la realidad, intenta interpretar su misterio escondido. Dicha intuición brota de lo más íntimo del alma humana, allí donde la aspiración a dar sentido a la propia vida se ve acompañada por la percepción fugaz de la belleza y de la unidad misteriosa de las cosas. […] lo que logran expresar en aquello que pintan, esculpen o crean es sólo un tenue reflejo del esplendor que durante unos instantes ha brillado ante los ojos de su espíritu. El creyente no se maravilla de esto: sabe que por un momento se ha asomado al abismo de luz que tiene su fuente originaria en Dios.
Siguiendo a los Papas, y en concreto a Juan Pablo II, podemos maravillarnos ante la experiencia de la creación tal y como éste la describe en toda su profundidad, y afirmar que será arte católico y universal si lleva al hombre a encontrarse consigo mismo, y, en esa intimidad, le ayuda a escarbar y hallar en su interior la semilla del Verbo.
Un arte así es un arte comprometido; no simplemente moralista o de denuncia social; no simplemente agradable; no simplemente realizado para sufragar acciones sociales. Su compromiso es un compromiso con la verdad, la bondad y belleza que de Dios le es dado expresar al artista. Si la verdad no contiene bondad y belleza no sirve, y lo mismo podemos decir de la bondad o la belleza. Tres vasos comunicantes de una única realidad, el amor, y el amor es universal.
En esta línea el Papa Benedicto XVI en un mensaje enviado al presidente del Consejo Pontificio para la Cultura afirmaba con rotundidad: “La belleza, sin la verdad y la bondad, se convierte en un mero esteticismo vacío, y por ello es necesario no separarlas”.
el valor artístico de la unidad
El fin último del arte es dar gloria a Dios, pero en esta búsqueda y receptividad del artista, ¿qué papel puede desempeñar la comunión entre distintos profesionales de este campo en la creación artística?
En abril de 1999, durante la publicación de la Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los artistas, estaba teniendo lugar en Castelgandolfo el I Congreso Internacional sobre «Dios belleza y el Movimiento de los Focolares» organizado por la Obra de María o Movimiento de los Focolares. En dicho congreso, la fundadora Chiara Lubich, al hilo de las palabras del Papa, exhortó a los artistas a buscar un arte que lleve al hombre a Dios y a encarnar también en él el espíritu de la unidad, siendo la comunión la piedra angular.
Aquellos que aceptaron el reto han experimentado los frutos de trabajar en el arte buscando la unidad y consideran que la comunión artística se puede proponer como un método de trabajo, e incluso como un valor estético, independientemente de las convicciones religiosas, siempre que se parta de la premisa de respeto, desprendimiento, desinterés, honestidad y donación.
La unidad, la comunión plena es en realidad la presencia de Jesús en medio de dos o tres reunidos en su nombre: “Cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). En ocasiones el soplo del Espíritu necesita un altavoz, una caja de resonancia gracias a la cual percibir con mayor claridad su mensaje, sus destellos.
La presencia de Jesús en medio de nosotros aporta luz, claritas. Ayuda a encontrar el deber ser de la obra y a que ésta no responda exclusivamente a la visión personal del artista. La obra es pulida, perfeccionada, iluminada por su presencia.
¿Hablar de comunión artística implica el desarrollo de un arte colectivo? No, en absoluto. La comunión requiere la perdida completa del propio yo para acoger al otro, a su obra, de manera que esa pérdida en el otro por amor genere la luz que haga comprender al artista cómo debe ser dicha obra. Por tanto, la obra no es el fruto de las ideas de dos o tres personas, sino de una que escucha el eco, en el vacío creado por cada una que habla, o simplemente está. La inspiración es individual y se ha de ser fiel a ella.
Esta comunión entre artistas o personas relacionadas con el mundo del arte, ayuda a eliminar concesiones, a afrontar una dificultad, a mantener la coherencia, a pulir las formas, a confirmar una intuición.
la hermosura que eleva el espíritu
¿Esta vía de la belleza de la que nos habla con claridad Juan Pablo II en sus escritos es únicamente para los artistas? No, tajantemente no. Ellos son los capaces de transfigurar la materia. Ellos los tocados por el Espíritu, pero la finalidad de su arte es comunicar aquello que han tenido la posibilidad de vislumbrar asomados al abismo, tocados por la gratuidad de la gracia.
Es la mirada del espectador desinteresado y honesto, la que aproximándose a la obra en una actitud de escucha totalmente abierta, es capaz de captar lo que de trascendente rezuma la obra. Ese aroma que la impregne, y aquello que su alma perciba no será probablemente fácil de verbalizar, pero tendrá en su espíritu el efecto de alegría y transformación que experimentamos ante la presencia de Jesús o del Espíritu Santo.
Hacer visible lo invisible, tangible lo intangible, desvelar los misterios. Sin duda un difícil reto en el cual la comunión tiene un importante papel que desempeñar.