«En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: “¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?”. Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando. Los demonios le rogaron: “Si nos echas, mándanos a la piara”. Jesús les dijo: “Id”. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país». (Mt 8,28-34)
Son proféticas las palabras que Mateo pone en boca de los gerasenos cuando estos piden a Jesús que se vaya del país. Y lo son porque nuestra cultura ha convertido (por hablar sobre todo, aunque no exclusivamente del Occidente cristiano) nuestros pueblos en “gerasenos”: molesta la presencia del Maestro, y porque nos llega mucho más adentro la pérdida de los cerdos que la curación de los endemoniados, fastidia un hombre así, un Dios así entre nosotros.
Decir: “entre nosotros” equivale a “para nuestros intereses”… ¡Tan de bajo nivel, tan pedestres, tan de suelo, como el hozar de los puercos! (Con perdón).
En realidad, lo molesto de la actuación de Jesús es el juicio que nos obliga a hacer, seguido de una elección; por otra parte, nada extraño ni que nos pueda sorprender, porque también resultan plenamente proféticas y actuales sus palabras: “O conmigo, o contra mí”, y “No podéis servir a Dios y al dinero”. Tener que sacrificar lo crematístico y tangible, lo material y que produce “bienestar”, esto no trae “cuenta” (no engorda la cuenta corriente de los haberes del banco); Dejémonos de bobadas…: el único demonio que hay que echar es el de las promesas “infundadas”, el de la fe en un Dios que no hace nada por los humillados y ofendidos de aquí abajo.
El pensamiento secularista y ateo muchas veces es cáustico porque la doctrina de Jesús no se aviene a componendas: exige una decisión que compromete la libertad más honda y radical. El juicio al que me refería antes es más que una secuencia lógica de principios empíricos: llama a la fe comprometida en la erradicación del dolor y el sufrimiento y a la creación de cuanto dignifica al ser humano integralmente. Los demonios expulsados por Jesús enfatizan la necesidad de continuar su obra, la de quien pasó por el mundo haciendo el bien. Ante todo mal, la experiencia cristiana en el Señor resucitado es una firme esperanza en el triunfo del Amor que es más fuerte que todo, porque nace del Dios fiel y providente.
César Allende