El mensaje de un ángel.
Zacarías vio a Gabriel, el Arcángel con nombre propio conocido, “de pie”, según Lucas, con forma humana, aunque era un ente de luz. El pobre anciano se derrumbó del susto. Entró a quemar incienso, llenó el incensario y salió echando humo de alegría en su corazón, porque hablar no podía.
Vio al ángel en la intimidad del Santo de los santos, entre el humo adormecedor del incienso y la mirra que representa las oraciones del pueblo, llevadas por ángeles ante el altar de Dios en el cielo, según dice el Apocalipsis.
Era anuncio del precursor de Dios entre los hombres, Juan Bautista. Ante el ángel, el anciano y turbado sacerdote oyó las primeras palabras conocidas de un ángel evangélico: «No temas, Zacarías». Difícil era no temer ante un ser lleno de luz y poderío sobre cuerpos y almas, que le hablaba de su propia familia, entre el misterio de una nube de incienso y resina. Era un rayo de luz que le hablaba a él directamente de sus cosas, de sus oraciones anteriores, de su deseo antiguo de tener un hijo, desechado ya por la edad y la esterilidad de su esposa. Pero el ángel conocía las cosas de Dios, el pasado, el presente y el futuro de cada hombre de gracia, porque los ángeles ven el libro de la Vida y viajan por el tiempo y el espacio de sus páginas sin trabas. Así seremos nosotros en el cielo. A Zacarías le contó lo que antes había pedido a Dios, y le anunció el futuro cercano de su hijo: “Irá delante del Señor, con el Espíritu y el poder de Elías”. Al justo sacerdote, prudente y práctico, aquello le pareció imposible, hasta quizás demasiado bueno para él, y pidió alguna señal de que no se estaba engañando en su visión, sabiendo que era viejo y ya se equivocaba muchas veces. No le sentó bien a Gabriel la duda, y le dio una señal sufriente: le clavó su palabra como aguja angélica anestesiante en la garganta: ¡lo dejó mudo hasta que su noticia se hizo realidad humana! Y hasta entonces no pudo Zacarías cantar su alegría. Pero cuando nació Juan, con sus cuerdas vocales restauradas, nos cantó al anciano a toda voz su “Benedictus”, y con tanta energía interior, que aún lo seguimos cantando cada día en Laudes.
La escena, que se lee en un minuto, debió durar mucho tiempo en realidad, porque la gente que estaba orando fuera se extrañó, y entendió que era algo importante. La primera experiencia angélica que cuenta el Evangelio les pareció “una visión” de alguien no tangible, de otra dimensión, pero audible, real. Y lo curioso es que conocieron que ‘aquello’ venía de Dios, pero no en la palabra del sacerdote, sino en su mudez, en su silencio. Quizás una de las características del Adviento sea el silencio que deje escuchar y cumplirse la voz del santuario interior del corazón. Isabel estuvo cinco meses en silencio tras volver del templo Zacarías, mudo, pero apasionado y viril como nunca. Y explotó meses después en alegría al llegar Jesús en el vientre de María. En sus montaña de soledad y silencio todo cambió. Todo se hizo ya relación a la Palabra del ángel de Dios.
Nuestra tradición de luces y músicas, de visitas y abrazos, hace a veces estéril la Navidad real de Cristo entre nosotros. No todos nuestros saludos, gozos, regalos y cantos son porque Dios está con nosotros. Viendo la realidad luminosa, quizás holográfica, del ángel Gabriel, hoy también quedaríamos mudos y ciegos, porque sordos ya estamos a la voz angélica.
Los mensajes de Gabriel a Zacarías y a María, son una síntesis de toda nuestra fe, y tienen relevancia especial para gozar y medir nuestro Adviento. Subrayo algo de su sentido navideño:
—Isabel y María, cada una a su modo, tendrán al hijo que produce gran gozo y alegría a los padres y a muchos del pueblo de Dios. Aún hoy lo sigue produciendo. Dos mil cincuenta años después, el gozo y la alegría que anunció Gabriel, siguen siendo un estado de conciencia real en el servicio de Adviento y Navidad. Nos llenamos de luces, de colores, de regalos de unos a otros, de músicas distintas que nos unen con el mensaje de nuestra tradición cuya fuente fue un ángel ¡Enseñadnos Zacarías e Isabel a encontrar y transmitir la alegría del Hijo de Dios y vuestro con nosotros!
—Será grande ante el Señor, dijo de Juan. Será el “más grande nacido de mujer” dijo después Jesús, aunque “el más pequeño en el Reino de los cielos, será mayor que él” (Lc 7,28). ¡Quien pudiera ser tan inteligente y egoísta que solo buscara ser el menor, el más pequeño, a los pies de todos en el Reino! Y no “porque a humilde a mí no hay quien me gane”, sino por gustarle al Señor que ama a los pequeños.
—- Estará lleno del Espíritu Santo desde el vientre. Fue desde la visita de Jesús y María, en pleno tiempo físico de esperanza de su nacimiento que sería unos meses después.
¡Danos Señor en este siglo XXI, que se cree tan sabio y progresista, conocerte en la intuición profunda del alma!, como hizo tu primo Juan, siendo un cigoto aún. Su comunión en el Espíritu Santo contigo, llenó también de alegría a su madre y su padre, a María y José, a los vecinos de la montaña, y a todos los que escuchamos hoy la historia que sigue tan viva y fresca como el primer día, porque es Evangelio.
— El servicio de Juan, en privaciones personales de todo tipo, sería preparar los caminos, la conversión o nueva mentalidad (metanoia), delante del Señor, que también venía hacia los corazones endurecidos de su pueblo, iluminando como el sol lo blando y lo duro, lo áspero y lo suave. La nueva vara de medir los espíritus será su luz de gracia. Convertir a los hijos rebeldes en prudentes justos. Nosotros, su frugal alimento de ”langostas y miel silvestre”, lo entendemos como langostinos y turrón de miel y almendra, pero el Reino no es comida ni bebida. Si encontramos al Dios de la ternura entre nosotros, ¡el Bautista se alegrará! Y hasta puede que baile en el cielo como hizo en el vientre de su madre.