En los Evangelios de la Infancia de San Mateo y San Lucas podemos identificar el mensaje y la figura angélica en aquel primer Adviento de la historia cristiana. El más directo proclamador de ángeles es San Lucas, que los nombra hasta 53 veces entre el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles, con labores tan distintas como la Anunciación del Mesías a María y Zacarías, o abriéndole grilletes y puertas de la cárcel a S. Pedro, solo con su energía casi mágica. El Ángel principal de su Adviento es Gabriel. En Navidad oiremos a los coros del ejército celestial cantándole a los humildes pastores el primer villancico conocido: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra Paz…!», pero Gabriel es el Ángel del anuncio de embarazos, raros para el hombre, pero salvíficos en la obra de Dios, el de San Juan Bautista a Zacarías y el de la Encarnación de Jesús a María. Su figura y su mensaje en San Lucas está influenciado del libro de Daniel: «Vi de pronto delante de mí como una apariencia de hombre… Y oí una voz de hombre entre las riberas del Ulai, que gritó y dijo: Gabriel, enseña a éste la visión… Aún estaba hablando en oración, cuando el personaje Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del incienso de la tarde. (Dn, 1,15-16; 9,21). Es la misma hora de aparición a Zacarías en el Templo, y de María en Nazaret. Tras su anuncio, acaba el Antiguo Testamento, y tras la noche en la que se concibe a Dios entre los hombres, amanecerá el día eterno, nuevo de la fe en la Palabra que aún nos ilumina.
El Ángel Gabriel fue visto como un ente de luz, con apariencia humana, que habla como un hombre de cosas para el hombre. Vuela o aparece y desaparece de pronto en el lugar del anuncio, y dice ser enviado a proclamar noticias de los hechos que van a sucederle a Zacarías de todas formas, las crea o no, porque ya están escritas en el libro de la Vida, el Evangelio. Pero en cambio de María requiere su confirmación para seguir adelante con el plan de Dios, porque la luz creativa de su Cristo, no entrará al vientre de María, ni a nuestro corazón, sin nuestro permiso. Los seres espirituales, normalmente imperceptibles para los sentidos o las máquinas de ver cosas que no ve el ojo, inventadas por el hombre, entran a nuestro mundo de sentidos por la Palabra que anuncia al Emmanuel, Dios entre nosotros, y en su anuncio, unen los mundos angélico y humano. Su Evangelio, su palabra que contiene hechos de salvación, trasciende al tiempo y al espacio, y por eso en nuestra fe sigue siendo tan vivo como lo sintieron María, José y Zacarías.
También San Mateo tiene un ángel importante en el Adviento, en el tiempo de la esperanza muy cercana ya a la realidad de la Natividad física en Belén. Es el ángel de San José, ángel de los caminos que no lo asusta porque le habla en sueños, pero tan real y viva su palabra, que al despertar lo pone en movimiento para acoger a María y a Jesús. Lo primero que hizo San José al levantarse del sueño, fue correr donde estaba María y recibirla con Jesús en su propia casa, juntos con su ángel. José, maestro del Adviento, nos enseña a correr hacia María y recibirla con Jesús. Después lo será para saber caminar toda la vida con ellos.
Por su cometido parecido a otras funciones angélicas en la Biblia, yo creo que el ángel de San José es Rafael. Ver el libro de Tobías, a quien acompañó hasta volver con su esposa a su casa, y en persecución del diablo Asmoneo, ángel como él, pero de los malos, fue hasta Egipto. El ángel de San José lo sacó en su sueño de su decisión que era ya firme, pero errónea, y después también por motivos de persecución, lo llevó y lo trajo de Egipto, y los llevó a los tres a Nazaret, porque Jesús había de llamarse el Nazareno.
Hoy nos interesan los ángeles de Aviento, porque un Adviento con ellos es un seguro de Navidad de Paz. Aunque sus primos los demonios, se empeñen en la guerra, ya encontrarán piaras de cerdos para encarnarse en ellos y hundirlos en el mar profundo de la ignorancia. Este año sería bueno que los ejércitos celestiales no solo cantasen su “Gloria a Dios en las alturas”, sino que Miguel, el general supremo, asomase un dedo de su fuerza, aniquilase la pandemia y de paso le echara un vistazo a las políticas que entorpecen la manifestación sencilla de Dios a nuestro estilo tradicional de hombres, en luces, abrazos, alegría de cantos y ritos religiosos.
En los Evangelios de la Infancia no hay ángeles malos, diablos, a no ser los que invadieron a Herodes que los acaparó a todos. El diablo empieza a actuar socarronamente en el desierto evangélico, el lugar seco del corazón donde no hay agua ni pan de vida, intentando engañar a Jesús, que tuvo su primera experiencia de hambre y soledad, porque antes San José y María eran su compañía.
¿Cómo se escucha a un ángel? El primer eslabón de la escalera por la que ellos suben y bajan entre Dios y el hombre, es el Eu-angelio. Ellos mismos lo ayudaron a escribir y a escuchar, porque su Palabra es el lugar de reunión entre el hombre con Dios y con ellos mismos. Cada uno de nosotros en su fe, conoce las circunstancias, las personas, las mociones y luces internas que nos llevan y nos mantienen en la Luz del Evangelio, la Casa de los ángeles. Y de alguna forma, el lugar más seguro para conocerlos en su misterio de comunión y amparo.
Siendo espíritus, su labor y alegría está vinculada al Espíritu Santo que nos envía Jesús. Con ellos que son sus ‘mandatarios’, nos envía sus ‘mandamientos’, que no sólo son aquellos diez famosos de la Ley Mosaica, sino sus regalos, sus noticias diarias de vida, sus luces de gracia que nos hacen a cada uno ser lo que somos en la Iglesia cada día. Los ‘mandamientos’ de Jesús, son los regalos que nos traen cada día los ángeles, como noticieros de la realidad de gracia. Y no están lejos. Cada pensamiento de piedad, es el dedo de un ángel tocando nuestra alma. Son como palomas de paz y alegría que nos acercan a Dios, a los hermanos y a nosotros mismos, con la imagen que el Padre y sus ángeles tienen de cada uno. Eso es Adviento, el camino señalado por ángeles que nos acerca a conocer a Dios en nosotros, al Emmanuel que será la Navidad.