«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”». (Mt 18,15-20)
Somos enormemente perspicaces para descubrir el mal del otro, encontrar la paja en el ojo ajeno como dice Jesús, y muy poco, muy poco listos para detectar nuestras carencias ético-morales. El evangelio de hoy nos habla de la corrección fraterna. Alguien podría pensar, después de la introducción a este texto, que considero peligroso o fuera de lugar el hecho de que un hermano corrija a otro hermano. Nada de eso. Además, ¿quién soy yo para enmendar la plana al Hijo de Dios y a su Evangelio? No, no estoy infravalorando la corrección fraterna, pero sí quiero puntualizar, sobre todo teniendo en cuenta a los intransigentes, que Jesús nos habla de este acto de exquisita caridad que supone corregir al que yerra, inmediatamente después de hacer referencia al pastor que, habiendo perdido una de las cien ovejas de su rebaño fue a su encuentro. Se supone que este pastor había terminado ya su dura jornada laboral, de hecho había llevado ya el rebaño a su redil, y en vez de pensar en su más que merecido descanso, salió al encuentro de la oveja que le faltaba. Sí, hemos leído bien, la que le faltaba, la consideraba suya. Cuando se ha actuado y se actúa con tan exquisito amor con respecto a los demás, no hay duda de que se está preparado para corregir al otro. Es una corrección abrazada a la caridad. Si es así, bienvenida la corrección.
Antonio Pavía