«Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenla parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: “Levántate y ponte ahí en medio”. Él se levantó y se quedó en pie. Jesús les dijo: “Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?”. Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: “Extiende el brazo”. Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús». (Lc 6,6-11)
“Ama y haz lo que quieras”. Esta frase de San Agustín encierra en sí misma el secreto de la felicidad del hombre y la expresión de la suprema libertad humana; aquella que sólo está limitada por la voluntad de Dios y cuyo fin primordial y último es la salvación del hombre.
Los fariseos pretendían controlar y domesticar el amor de Dios. Colocaban a la norma por encima del amor. Su corazón, en este sentido, se había pervertido y endurecido. No se daban cuenta que Jesús era el mismo Dios, hecho hombre, de cuyo amor y misericordia dependía el Universo entero. Habían reducido su fe a una serie de reglas que se debían cumplir y solo se preocupaban de limpiar la copa por fuera.
También en nuestros días, el príncipe de este mundo, que es el demonio, se afana por encerrar al amor en una serie de limitaciones y condiciones, con el objetivo de destruirlo o deformarlo. El mismo concepto de la palabra, su significado auténtico, se ha adulterado y falseado, orientándolo maliciosamente a manifestaciones meramente carnales, a las que eufemísticamente llaman “hacer el amor”. Esto representa un síntoma más de la degeneración moral que sufre esta sociedad.
O el amor es gratuito, desinteresado e indiscriminado, o estamos hablando de otra cosa. Solo siguiendo las huellas de Jesús, del camino que Él mismo ha transitado y abierto para todos nosotros, podremos descubrir de verdad qué es amar. Los poderosos de este mundo, que arrastran tras de sí a la humanidad, no soportan esta manera de amar. Su amor solo va dirigido a un grupo selecto, que se adapta a una serie de condiciones. Su egoísmo se barniza y maquilla con bellas palabras a las que han vaciado de su verdadero significado. El amor auténtico se suplanta por la mentira, y ya sabemos que el padre de esta es el demonio.
Para los fariseos de la época, el amor que manifestaba Jesús era sospechoso y peligroso. Este mismo amor también es amenazador para los dirigentes de este mundo. Y lo es, entre otras cosas, porque ilumina una economía que ha colocado factores como la producción y el consumo por encima del hombre. Infinidad de personas y familias son víctimas de un sistema que las desampara y abandona. La justicia del hombre, desprecia el amor que Dios nos ha mostrado, amparando decretos, leyes y costumbres hechos a la medida del Maligno.
Nos dice el evangelio de hoy que los fariseos se “pusieron furiosos y discutían que había que hacer con Jesús”. En la actualidad también se discute cómo defenderse de la Palabra de Dios, que denuncia comportamientos y actitudes contrarias al amor. Paralelamente a la inclinación del hombre por “fabricarse” un dios a su medida, está la de inventarse un amor que se adapte al criterio y pensamiento de cada cual. El amor al enemigo predicado por Jesús es tachado en nuestros días de aberrante y caduco. Ante el sistema establecido aparece como un peligro. Por eso los cristianos, generalmente, están mal vistos y son atacados de diferentes maneras, que van desde la marginación al asesinato.
La misión del cristiano, en medio de todo este tinglado, es seguir anunciando la verdad revelada, por encima de peligros y amenazas, en la confianza de que el Señor permanece a su lado y utilizando en todo momento las armas que Jesucristo nos ha mostrado: la oración y la humildad.
Es necesario y reconfortante no olvidar nunca que las tribulaciones y sufrimientos sufridos por Jesús son transformados en «gracias» y nos abren un camino de salvación cuyo final es la gloria eterna. Dice la Palabra de Dios que las penalidades de este mundo, no son comparables con la felicidad que nos espera en el cielo. Con la mirada puesta en este cielo y de la mano del Señor podremos caminar en su voluntad y ser sus discípulos en un mundo tan alejado de Él.
Hermenegildo Sevilla Garrido