Sucedía el pasado 19 de diciembre de 2011. El Santo Padre aprobaba la declaración de mártires de más de sesenta españoles, y ya van más de mil. Fueron martirizados entre los años 1936, 1937 y 1938, y en esta gloriosa causa hay desde obispos a sacerdotes, pasando por religiosos y religiosas de prácticamente todas las órdenes religiosas, hasta simples seglares.
Todos ellos dieron la vida por su fe en Jesucristo, en una persecución de cristianos que no tiene parangón en toda la Historia de la Iglesia. Ni siquiera la más cruenta y la que más asesinatos produjo, como fue la del emperador Diocleciano, llamada también “La Gran Persecución”, que sucedió bajo el mandato de los “Augusti” (Diocleciano y Máximo) y los “Cesari” (Galerio y Constancio), y que comenzó en el año 303 después de Cristo. No hay unanimidad entre los historiadores sobre el número de mártires de esta “Gran Persecución”, pues lógicamente existen serias dificultades en la verificación de algunas fuentes y las cifras varían de unas a otras. Pero según el historiador británico William Hugh Cliifford Frend, podrían haber sido aproximadamente entre tres mil y tres mil quinientos los hombres, mujeres y niños sacrificados en la más grande matanza de cristianos que vieron los siglos.
así es, soy cristiano
Hasta que llegó la española de 1936. En ninguna nación de la Tierra, ha sucedido nada parecido. En tres años de guerra civil, se calcula que entre siete mil y diez mil mártires dieron su vida por Jesucristo y su Iglesia. Es decir fueron perseguidos, torturados y muertos, única y exclusivamente en razón de sus ideas religiosas, bien por su condición de consagrados, bien por ser catequistas, o simplemente “ir a Misa”. Y todos, murieron con el perdón de sus asesinos en los labios; sin odio y sin rencor. A imagen y semejanza de su Señor.
Decía Tertuliano “que la sangre de los mártires, es semilla de nuevos cristianos”. Bien, esto ha sido así desde el primer momento de la naciente Iglesia, que como es sabido brota del costado de Cristo. De Cristo crucificado. Y a partir de ese momento, se expandirá sin solución de continuidad por todos los rincones, primero del Imperio romano y luego “hasta el confín de la Tierra”, siempre regada y empapada en la sangre de confesores y mártires.
Mi pregunta es la siguiente: ¿Por qué hoy en día se desconoce esta maravillosa gesta cristiana? ¿Acaso las generaciones que hemos nacido después de la guerra civil, hemos siquiera oído hablar de semejante exterminio? Podemos y debemos conocer la Shoá, es decir literalmente “la catástrofe”, el Holocausto judío, pero ¿por qué razón no hemos de conocer y reconocer la gesta de nuestros hermanos en el Señor Jesucristo?
¿Por qué la misma Iglesia parece avergonzarse de proclamar sin miedo el feliz testimonio de tantos y tantos de sus hijos? ¿Por qué este complejo o yo diría “Síndrome de Estocolmo” que padecer un cierto sector de la propia Iglesia?
el esplendor de la fe
Quizá no esté de más recordar a este respecto la nota elaborada en la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, celebrada allá por el año 1971, presidida por los cardenales Tarancón, entonces arzobispo de Toledo, Quiroga Palacios, Bueno Monreal y Arriba y Castro, actuando Echarren, y Guerra Campos, ambos a la sazón, obispos auxiliares de Madrid, como secretarios. En dicha asamblea, se dejó constancia de que «la Iglesia, debería de pedir perdón (sic), por su actuación durante la Guerra de España». Es cierto que la proposición no fue aprobada, pero ahí quedaba sembrada ya la semilla de la cizaña que tanto mal ha traído a la Iglesia española. Pues no en vano, se “olvida” y se “ningunea” a tantos y tantos hermanos nuestros que dieron su vida por amor al Evangelio en unos momentos y en unas circunstancias de extrema dificultad, de miedo y terror máximo para ellos.
Pienso sinceramente que estamos pagando muy caro las consecuencias de tanta cobardía. La idea expuesta antes, de “revisar” la actitud de quienes pagaron muy caro su pertenencia a la Iglesia en los terribles años de la guerra civil, sería tanto como si se instase a los judíos a analizar cuál fue su actitud durante el régimen atroz de Adolf Hitler y por qué fueron llevados a morir en las cámaras de gas y a perecer en los Campos de Exterminio.
A lo mejor es que hicieron algo mal y por eso fueron masacrados…
Y digo que estamos pagando caro esta ingratitud, esta desafección, por un falso prejuicio pseudo-progresista. A saber, no hay que “molestar”, no hay que “herir”, ni “disgustar”, en aras a la reconciliación de los españoles, a quienes en realidad fueron los verdaderos victimarios de los mártires. A saber, miembros de partidos de izquierdas, socialistas, comunistas y anarquistas e incluso nacionalistas vascos y catalanes.
Así, de esta suerte y con esta mentalidad, se ha optado por la ignorancia, la incuria y el abandono en el silencio cómplice y en el mutismo cobarde de miles de personas que —para los cristianos— son nuestros “héroes”, pues han dado el más eximio testimonio que se puede pedir a un discípulo del Señor.
tierra fecunda de santos
La pregunta es sencilla: ¿Hemos de avergonzarnos de ellos? Evidentemente NO. Ya el gran Juan Pablo II, comenzó la canonización masiva de mártires de nuestra contienda —para escarnio y disgusto de muchos de sus hermanos hoy en el sacerdocio, dicho sea de paso— y el presente Papa Benedicto XVI, continúa por la misma senda; como no podía ser de otra manera.
Pues repito que en la Historia de la Iglesia entre las Naciones de la Tierra, se ha visto nada igual. España, en esos años, ha llenado de santos el Cielo. Desde allí, han de interceder por nosotros, como sin duda lo están haciendo. Por eso aquí, en nuestra patria, el combate, entre la fe y la incredulidad, entre Dios y Satán, es tan intenso y tan recio. No sucede pues, como en otras naciones europeas ya ganadas lamentablemente para el ateísmo. A esto se refería precisamente el Santo Padre, cuando en su visita a Santiago y Barcelona, comentó el combate terrible de la fe en España.
No es fácil arrasar la fe en una tierra como la española, que ha dado tantos y tantos santos a lo largo de toda su ya larga historia. ¡Y mira que el demonio ha intentado y seguirá intentándolo hasta la consumación de los siglos! Pero tenemos en el Cielo un ejército de vencedores innumerable que por nosotros intercede. ¡Laus Deo!