«Oísteis que fue dicho: «Amarás a tu prójimo, y odiarás a tu enemigo». Mas Yo os digo: «Amad a vuestros enemigos, y rogad por los que os persiguen, a fin de que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace levantar su sol sobre malos y buenos, y descender su lluvia sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿Los mismos publicanos no hacen otro tanto? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis vosotros de particular? ¿No hacen otro tanto los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto».
Hoy el evangelio nos invita a la santidad en el amor incondicional de Dios, revelado en Cristo Jesús y actualizado en el amor al hermano. Este amor es el camino de santidad para el cristiano.
El evangelio nos ofrece una clave esencial: la sabiduría del amor que responde a una visión filial de Dios. Esta es la clave que se revela en todas las historias de los mártires y sus respuestas ante la tiranía del odio. No se trata de un idealismo utópico, sino del realismo de nuestra común humanidad centrada en la fuente de la vida y cuyo centro existencial es el amor. Las recompensas humanas son falaces, temporales; Dios es el único árbitro final, la única norma final, el amor que importa. Así, el amor de Dios crece con el amor a nuestro enemigo.
El término “perfecto”, adjetivo raramente usado en los evangelios, aparece traducido de diversas maneras: Puede significar “sin mancha” (Deut. 18, 13), “santo” (Lev. 19, 2), y sobre todo “misericordioso” en el evangelio de Lucas (6, 36) que se traduce por fidelidad a la alianza y amor perseverante. En este evangelio de San Mateo tiene un rico significado que incluye una visión bíblica más completa. Invita al abrazo universal del hermano y hermana.
Esta sabiduría cristiana del amor incondicional contrasta con la cultura relativista y oportunista que reina en la sociedad que nos ha tocado vivir. Nos invita a una práctica de la fe basada en el amor y la convicción. Se debe acercar lo más posible al amor incondicional de Dios manifestado en la cruz de Cristo. Con esta finalidad se debe alimentar con una relación íntima con Dios, la oración, la Palabra, y sobre todo la Eucaristía, que actualiza el abrazo universal e incondicional de Cristo en la cruz.
Germán Martínez