En aquellos días, tiempo, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Después de bajar con ellos, se paró en una llanura, con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos (Lc 6, 12-19).
En esta fiesta de los apóstoles Simón el cananeo o Zelota, y Judas de Santiago o Tadeo, como los llama Lucas, Obediencia y Confesión como les denomina san Cirilo, que además añade: los constituyó con los demás apóstoles, en doctores de todo el mundo, para liberar a los judíos de la servidumbre de la ley y apartar a los idólatras del error gentil, llevándolos al conocimiento de la verdad. Hacemos, pues, memoria de los apóstoles.
Es aleccionador contemplar al Señor preparándose con una noche de oración para discernir la elección de los apóstoles de entre sus discípulos, “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”; de ahí viene el nombre de apóstol que significa enviado. Columnas de la Iglesia, los apóstoles serán los primeros testigos del Evangelio: vida, muerte y resurrección de Cristo, en Judea, y hasta los confines de la tierra.
La tradición los considera mártires, y el Apocalipsis los coloca como fundamentos en la muralla que guarda la nueva Jerusalén. Ellos dejaron sus vidas por su misión, con la fuerza del Evangelio y del Espíritu Santo, que suplía su precariedad humana haciéndolos testigos del amor que habían recibido de Dios por la fe en Jesucristo. El Señor, en efecto les dijo “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio. Quien a vosotros escucha, me escucha a mí, y quien a vosotros rechaza, me rechaza a mí, y a Aquel que me ha enviado.”
Suba nuestra acción de gracias a Dios, que nos envió a su Hijo, y bendigamos a Cristo que nos dio a los apóstoles, que nos han preparado la mesa de su palabra y de su cuerpo y sangre, que nos nutre para la vida eterna.