Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros» (San Juan 13, 31-33a.34-35).
COMENTARIO
En estos domingos de Pascua, la liturgia de la Iglesia nos va preparando para vivir con el Señor su Ascensión al Cielo y recibir, después, el Espíritu Santo el día de Pentecostés.
En los encuentros con los apóstoles y discípulos, el Señor quiere renovar su Fe, su Esperanza, su Caridad, para el día en el que desaparezca de su vista, y les deja señales muy claras de que les seguirá acompañando siempre, de que nunca les dejará solos en la misión que les va a encomendar, y en la que todos los cristianos anhelamos participar: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado.” (Mt. 28, 19-20).
El Jueves Santo se entregó a Sí Mismo en Cuerpo y Alma, en la Eucaristía. Su Amor nos acompañará siempre y será así alimento que nos sostenga en nuestras luchas para vivir con Él, en Él y por Él a lo largo de toda nuestra vida la misión recibida.
En el Evangelio de hoy nos recuerda su deseo de que cada uno de nosotros, cristianos que creemos en Él y le amamos, seamos un cauce para que su Amor permanezca siempre en nosotros, y sea vida en la sociedad en la que vivimos; nos señala cómo debe ser nuestra Caridad, nuestro amor a nuestros hermanos los hombres.
“Me queda poco de estar entre vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como Yo os he amado. En esto conocerán todos que sois discípulos míos; si os amáis unos a otros”.
¿Cómo podremos, en nuestra pequeñez y en nuestro pecado, en nuestras miserias, amarnos como Él nos ama?
Cristo vive en nosotros desde nuestro bautismo. La Gracia –“una cierta participación en la naturaleza divina”- nos convierte en “hijo de Dios en Cristo Nuestro Señor”. Con esa vida de Cristo en nosotros, y con nuestra vida en Cristo, nuestro corazón se abre a las necesidades de los demás, a sus alegrías y a sus penas.
Antes de darles ese “mandamiento nuevo”, Judas salió del cenáculo. No ama al Señor; lo traiciona; su pecado queda para siempre en su corazón
“Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en Él”
Para vivir el “mandamiento nuevo”, no hemos de abandonar la compañía de Jesús, como hizo Judas, que dejó de ser amigo del Señor. Hemos de hacer lo que Judas no hizo: arrancar el pecado de nuestra alma. Arrepentirnos de todo corazón; y pedir perdón en la Confesión.
Entonces vivirá el amor de Dios en nuestra almas –“el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones” (cfr. Rm. 5, 5)- y viviremos con Él su victoria sobre la muerte y el pecado. Viviremos con Él y seremos sembradores de alegría y paz con nuestros hermanos los hombres. Tendremos el gozo de servir a todos, de perdonar a todos, de no guardar en nuestro corazón ningún rastro de rencor a nadie.
Y pediremos la conversión de todos los pecadores para que no se obstinen –como Judas- en no resucitar con Cristo, en vivir su vida de pecado; y se arrepientan de sus pecados, pidan perdón al Señor en el sacramento de la Reconciliación, y puedan “salvarse y llegar al conocimiento de la Verdad”.
La Virgen Santa María es la única criatura que ama como “Cristo nos ama”. Tratándola, rezándole, dejándonos acompañar por Ella, aprenderemos a vivir el “mandamiento nuevo”, a pedir a Dios Padre que nos llene de Espíritu Santo, para que el amor a su Hijo colme nuestros corazones y lleguemos a amar a nuestros hermanos con los Corazones de Jesús y de María.