Es cuestión de amor. Ahí está todo en un cristiano, en el amor. En este pasaje del Evangelio se emplea mucho el término gloria, en su dimensión sustantiva y verbal, tanto activa como pasiva.
Glorificar es amar. La glorificación es el ámbito festivo del amor. Ensalzar al otro, trabajar por su celebridad, estar al servicio de su éxito, ensalzar y procurar su prestigio… son las actividades propias del amor.
Tenía que ser san Juan, el discípulo amado, el que de todos los evangelistas más utilice el término gloria. Y es que la gloria y el amor están asociados de modo indisoluble. Es el odio el que difama, el que produce herida mortal. Es el desamor el que produce el desafecto y mata la fama ajena y destruye su gloria.
Cristo nos quiere con él en el Cielo, compartiendo gloria, unidos en una misma alabanza celeste. Gloria que lo envuelve todo entre los ángeles. Gloria, ese único oficio de los pescadores divinos: Glorificar y glorificar a Dios, haciendo las cosas que son de su agrado, apacentando rebaños, organizando rediles. “Yo te he glorificado en la tierra, consumando la obra que me entregaste hacer”.
San Agustín, San Juan Crisóstomo… comentan que el mejor modo de amar a Cristo aquí en nuestra historia es cuidar de sus ovejas. Es el Divino pastor que solo quiere glorificar a su Padre entregándole todo un rebaño de almas.
Glorificar es el ejercicio propio del amor. Esa honra para el otro, ese dar brillo al triunfo del otro, ese dignificar… es quedar uno mismo glorificado, constituido en dignidad.
La rivalidad en su mal sentido, ese mundo de enfrentamientos donde se pisotea y no se respeta, ese mundo tan lejos de Dios que trastoca la gloria verdadera, el amor respetuoso, por la vanidad y por lo caduco. Ese mundo… necesita de la gloria, es decir, necesita del amor de alabanza mutuo, reciprocidad de amor.
Esos que rechazan a Dios “no tienen excusa, por cuanto, habiendo conocido a Dios, no le han dado gloria ni gracias… Al contrario… Haciendo alarde de sabios, se hicieron tontos, y cambiaron la gloria de Dios inmortal por una representación en forma de figuras de hombres mortales, de aves, cuadrúpedos y reptiles” (Rm 1,21-22)
Aquí está la perversión de la gloria. Ya no es gozar en la alabanza del otro sino autocentrarse para descalificar y derribar. Babel ya no es torre de marfil, es castillo de peleas. Cada cual va buscando su propia gloria haciéndola vana. Se vuelve rara, extraña a su propia naturaleza. Gloria centrípeta frente a gloria centrífuga. Gustará más buscar el centro propio que buscar la felicidad ajena, que los otros sean más cada día. Nacen los ídolos frente al Dios único y verdadero.
Sin humildad no hay glorificación sino autoreferencia y macabro egoísmo. “A la soberbia sigue la ruina, a la humildad la gloria” (Prov 18,12)
La Iglesia busca la santidad de sus hijos, la divinización verdadera de sus miembros, el brillo feliz de todo y cada uno de ellos. Nuestro Dios es un Dios de vivos, no un Dios mortecino. “Serán llamados robles de justicia, plantío del Señor para su gloria” (Is 61,3)
Sinfonía de gloria, eso es lo que debe haber “dentro” de la Trinidad. La vida de Dios es gloria, es fiesta compartida sin comienzo ni fin. Alabanza triple en unidad. Se aman esas Personas siendo un mismo amor. Y a esa gloria nos llama Dios para una felicidad eterna.
En los primeros versículos del evangelio de hoy se nos habla de la relación glorificante entre el padre y le Hijo. A continuación el evangelista nos sorprende con la expresión “soy glorificado en ellos”. Tenemos la dicha incomparable de que nos resultamos ser un fastidio para Dios, al contrario, nos espera en el Cielo igual que esperaba a ese pródigo de la parábola. Casi se podría invertir los términos del salmo 41:” Como busca la cierva corriente de agua viva así mi alma te busca a ti Dios mio”. Quien tiene más sed es Dios de ti (Jn 19,23) porque tiene más amor que tú.
Soy importante para el más Importante sin parangón, claro está. Importo a la trinidad. Sus negocios están llamados a ser los míos y los míos suyos.
Realmente Dios nos ama. El nos está preparando una morada de gloria allá (Jn 14,2). El une nuestra suerte caduca con la serena eternidad del Dios trino. Sus manos agujereadas son manos llenas de amor y de gloria para nosotros.
A la luz de este evangelio hemos de preguntarnos si nuestros modales, gestos y actitudes favorecen la gloria de los demás o si más bien denigran, rebajan categoría humana. Preguntarnos si vivimos para nosotros mismos, para nuestros intereses o si vivimos centrados en los otros, en su prosperidad de aquí y de allí. Ver si soy de aquellos que indagan para profundizar en la propia entrega o de aquellos que se dejan llevar por el tiempo.