Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». – «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
El contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor», como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió: – «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando. (Juan 1, 19-28)
Estamos celebrando, en estos días y en la intimidad de nuestra alma, de nuestra familia, y en comunión con toda la Iglesia, el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, y su manifestación a todas las gentes: a Israel, al mundo entero. El Evangelio de hoy recoge el diálogo que Juan el Bautista, el enviado de Dios, mantuvo con los sacerdotes y levitas, para anunciar la venida de Jesucristo; diálogo en el que también hoy podemos participar nosotros, escuchando y hablando.
“¿Tú quién eres? Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”
Juan anuncia a Cristo; no se anuncia a sí mismo. No engaña a nadie; y después de las preguntas que le siguen haciendo, les dice claramente quién es: “Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”
¡Qué alegría viviríamos en nuestra alma, si pudiéramos decir de nosotros mismos estas palabras! ¡Si nuestras voces, si nuestras acciones, si toda nuestra vida, reflejara, de alguna manera, el amor del corazón de Jesús, el amor del Salvador! ¡Si olvidados un poco de nuestros intereses, de nuestro prestigio, de nosotros mismos, en una palabra, habláramos de Dios, de Jesucristo!
“Allanad el camino del Señor”
La Iglesia repetirá las mismas palabras –como ha hecho a lo largo de los siglos- en los oídos de todos los cristianos, y de todos los hombres, en este Año Jubilar de la Misericordia.
¿Cómo se allanan esos caminos?
Arrepentíos de vuestros pecados, enderezad vuestras sendas. Juan el Bautista invitó a los israelitas a reconocer sus ofensas y desprecios a Dios, el rechazo de sus mandamientos; a pedir perdón por esos, y a bautizarse, acudiendo a la Misericordia de Dios, que nunca les había abandonado.
“Oh gente pecadora, pueblo cargado de iniquidad, raza malvada. Se han apartado de Yavé, han renegado del Santo de Israel, le han vuelto la espalda” ( Is 1, 4).
Y les recordó las palabras pronunciadas también por el profeta Isaías animándoles a pedir perdón:
“Lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestras acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Is 1, 16-17).
Juan el Bautista es un buen ejemplo para toda la Iglesia, hoy y siempre; y para cada uno de nosotros, que somos Iglesia.
“Le llamarás por nombre Juan”, dijo el ángel a su padre Zacarías, al anunciarle su próximo nacimiento. Juan significa: “Dios da su Gracia”. Una Gracia para ser testimonio de Dios, para manifestar la bondad y el amor de Dios.
Lo manifiesta como “voz que clama en el desierto”. No se acomoda al “espíritu de su tiempo”, y mucho menos a las “costumbres de su tiempo”. No da opiniones que gusten a la “cultura dominante”. Les recuerda los caminos de Dios, la Ley de Dios, la Verdad de Cristo Nuestro Señor-
“Allanad los caminos, haced rectas las sendas”
Recibió la gracia especial, la misión especial, de anunciar la llegada del Mesías, y de no apropiarse ninguna gloria para él. Sabe quién es Cristo, y lo anuncia. Su cabeza y su corazón participan ya de esa Luz que ha venido a la tierra y que ilumina “al pueblo que habitaba en la oscuridad”. La Luz que hemos contemplado en el Portal de Belén.
“Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de las sandalias”
Nos recuerda el papa Francisco: “El misterio de Juan es que nunca se adueña de la Palabras. Es voz, no Palabra; luz, pero no propia. Su vida se rebaja hasta la oscuridad de una cárcel. Podemos pedir hoy la gracia de una Iglesia que escucha religiosamente la Palabra de Jesús y la proclama con valentía”.
Santa María ayudará siempre a la Iglesia a anunciar al mundo el corazón amoroso de Dios que ofrece en su Hijo único Jesucristo al hombre atribulado por el pecado, todo su Amor para que reconozca el mal del pecado; toda su Gracia para que se arrepienta y pida perdón; y toda su Ternura, para abrazarlo y confortarlo en su Misericordia.