Hace pocos meses salió al mercado un libro de Ediciones Encuentro sobre cine y catolicismo que merece mucho la pena: Hathaway, Hitchcock, Stroheim. Directores católicos en el Hollywood clásico. Su autor, Pedro Gutiérrez Recacha, filósofo y gran conocedor del cine clásico, aborda la obra de estos tres grandes directores desde una óptica poco habitual y con un método completo. La premisa del autor es que el cine clásico y la religión están íntimamente unidos por ser experiencias donadoras de sentido. Hemos de considerar que los grandes estudios de cine eran conscientes de que su supervivencia dependía de la buena acogida de sus películas. Por tanto, estas debían entenderse bien y poseer un sentido claro. Por ello puede asociar de tal manera el cine clásico y la religión en sus facetas de donadores de sentido.
Este libro, afirma Recacha, defiende la siguiente tesis: «hay una aportación católica a la época dorada de Hollywood que no fue económica ni reglamentaria. Fue creativa». A través del concepto de «imaginación católica» el autor lleva a cabo esa exposición de la aportación católica a las películas hollywoodienses: las historias que se generan desde una cosmovisión católica están empapadas de imágenes que se desprenden de esa forma concreta de entender al hombre, al mundo y a Dios: la católica. Dichas imágenes distan mucho de las propias de una imaginación protestante, budista o pagana.
A partir de estas ideas fundamentales Gutiérrez Recacha aborda el estudio de la filmografía de estos directores para esclarecer esa aportación católica al cine. Estos tres hombres no son ejemplos de piedad, pero sus orígenes (en el caso de Stroheim es diferente ya que se trata de un converso) y sus creencias —que les han marcado profundamente— son del ambiente católico.
Henry Hathaway
La trascendencia no aparece en las películas de Hathaway como alusión directa, pero sí de otras maneras más sutiles. Esto es patente en la comunión existente entre los personajes presentes y los ausentes, que en muchas ocasiones es propiciada por el sacrificio de uno de ellos, es decir, la donación de la propia vida en favor del otro. Estos sacrificios son una forma de trascendencia «en tanto que el personaje por el que el héroe se sacrifica no solo recibe el beneficio de su noble acción, sino, por añadidura, la exigencia moral del agradecimiento». La catolicidad de las películas de Hathaway, según Recacha, también pasa en gran medida por la presencia de elementos católicos (la Virgen, pasajes evangélicos en pintura, vidrieras, etc.) en relación con la puesta en escena o realización cinematográfica de una secuencia determinada y sus vínculos argumentales con el resto de la obra. Recacha acomete dos líneas analíticas para presentar lo que acabamos de decir: por un lado, analiza el filme Yo creo en ti (1948); y, por otro lado, estudia lo religioso en sus westerns.
Yo creo en ti es un magnífico filme basado en hechos reales, cuya producción es muy cercana a lo ocurrido (tiempo, escenarios y personajes). En esta cinta, según Recacha, Hathaway logra dotar a sus imágenes de un doble sentido que sugiere un ambiente religioso. La «imaginación católica» de Yo creo en ti se concreta en la forma de tratar lo que a los ojos del creyente supone un milagro. Existe un momento, avanzada la película, en que ocurre algo que, por la relación que guarda con el resto de la narración (en sus símbolos, hechos y personajes) puede ser interpretado como una intervención divina en forma de milagro, pero también puede considerarse producto de la casualidad. Hathaway no cierra la cuestión, ya que el milagro solo se identifica como tal desde la fe, no se impone ni anula la libertad de la persona
En cuanto a los westerns de Hathaway, Gutiérrez Recacha identifica una cierta convivencia entre los códigos morales del Antiguo Testamento —fundamentalmente, aplicaciones modernas de la ley del Talión— y los del Nuevo Testamento —basado sobre todo en el perdón. La venganza en un marco de ausencia de ley y justicia institucional vendrían a justificar esa primera forma de actuación moral ante el crimen. No obstante, la venganza es presentada de forma ambivalente: por un lado parece el único modo de garantizar la justicia; pero, por otro lado, muy fácilmente conduce al vengador a una situación de perversión. El héroe del western hathawayano es un personaje en proceso de desarrollo, de maduración. Por todo lo dicho, se puede afirmar que «el mecanismo fundamental de desarrollo moral en las películas de Hathaway es el encuentro con el otro». Destacan en este género Del infierno a Texas (1958) Nevada Smith (1966) y Valor de ley (1969).
Alfred Hitchcock
Hitchcok fue educado en el catolicismo y durante un tiempo fue consecuente con la práctica que implica la aceptación de la fe. Aunque él nunca fue claro con respecto a su fe en los últimos años de su vida, en opinión de Gutiérrez Recacha podemos decir que algunos de sus filmes son católicos. Para el autor, la idea que se desprende del cine de Hitchcock es moral y trata sobre la noción, la culpa y la posibilidad de transferencia de la misma. «En las películas de Hitchcock con frecuencia se da cierta equiparación entre el inocente y el culpable». Por ejemplo, observamos que el protagonista hitchcockiano, al enfrentarse a los criminales puede verse obligado a recurrir a los mismos métodos de estos y terminar siendo un criminal.
A veces la culpabilidad del protagonista es previa a que se le impute un crimen, pero también existe otro mecanismo de transferencia de la culpa: la confesión. Absolutamente todos podemos ser culpables, todos podemos caer en cualquier momento. Esto tiene mucho que ver con la verdad antropológica —católica— de la libertad humana y la doctrina del pecado original. Lo que equipara en el cine de Hitchcock a los personajes entre sí y con el espectador es su naturaleza humana falible. Cuando el héroe hitchcockiano escapa de su hundimiento, con frecuencia se debe a actos aparentemente azarosos que pueden ser leídos como meras casualidades o como acción de la gracia providente (como en el cine de Hathaway). Las dos películas de Hitchcock consideradas católicas son Falso culpable (1956) y Yo confieso (1953).
Falso culpable comparte mucho con Yo creo en ti pues en ambos filmes ocurre un hecho sobrenatural abierto a la interpretación del espectador; una oración desesperada y un acto de fe preceden al suceso extraordinario. Es decir, un inocente es falsamente culpado; el protagonista es católico; hay una madre cuyo papel es decisivo; la narrativa es realista y basada en hechos reales; y la intervención de Dios es acorde con la «imaginación católica».
En Yo confieso aparece la cuestión de la culpa transferida a un sacerdote a través de la confesión. El filme está lleno de referencias cristianas, desde el protagonista —sacerdote— hasta su entorno. Muchas imágenes equiparan la situación personal que vive este sacerdote, que es erróneamente acusado, con el proceso de la Pasión de Jesucristo. Asegura Gutiérrez Recacha que esta película es tan católica que si no se conoce en profundidad la fe católica o no se vive, la verosimilitud de la obra desaparece.
Erich von Stroheim
Todo apunta a que Stroheim era una persona de indudables convicciones religiosas pero que en la práctica llevó una vida disoluta y poco acorde con sus creencias. El cine de Stroheim se caracteriza por la presencia argumental de motivos sórdidos, pasiones ilícitas, aventuras extraconyugales y erotismo. Se aprecia en sus filmes un morboso placer a la hora de mostrar lo grotesco, lo desagradable y lo cruel. Se podría clasificar la filmografía de este realizador en dos grupos: las comedias amargas contemporáneas sobre las costumbres sexuales, donde se encuentran Corazón olvidado (1919), The Devil´s Passkey (1920) y Esposas frívolas (1922); y las reconstrucciones viciosas y recargadas del ambiente de la corte centroeuropea, con películas como La viuda alegre (1925), La marcha nupcial (1928) o La reina Kelly (1929). Su obra maestra, Avaricia (1924), quedaría fuera de estos dos grupos.
Según Recacha, el de Stroheim es un cine de tinieblas sediento de luz y abierto a lo trascendente. «Lo religioso se hace presente en el cine de Stroheim a través de la presencia de símbolos sagrados». Dichos símbolos, que suelen ser crucifijos, estampas o grabados con motivos marianos, funcionan como hierofanías. Recacha asegura que «la imaginería religiosa cumple habitualmente en Stroheim una doble función: la de admonición y la de protección». En sus películas, Stroheim introduce sutilmente una teoría acerca de la comunicación entre la Providencia y el mundo, que puede desarrollarse en dos direcciones: del mundo hacia lo trascendente y de lo trascendente hacia el mundo. La respuesta de lo trascendente, como es propio de la «imaginación católica», está abierta a la interpretación. Dios interpela a los protagonistas de sus filmes con mucha discreción, tanta que se requiere un esfuerzo especial para percatarse de ella. De esta forma, se enfatiza la opción libre de la persona para hacer el esfuerzo de escuchar y responder.
Arturo Encinas
Licenciado en Comunicación
Máster en Cinematografía