En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?»
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños» (San Mateo 18, 1-5.10.12-14).
COMENTARIO
El comienzo de la lectura, en este día en el que la Iglesia hace presente el paso al Padre de nuestro querido hermano Maximiliano María Kolbe, nos sumerge en el centro del problema profundo del ser humano: «la necesidad —en cualquier ámbito— de ser importante. Sí, hasta en la Iglesia buscamos ser importantes, que se nos valore, que nos den lo que creemos merecer —que suele ser bastante más de lo que en realidad nos hemos ganado—.
El Señor nos responde hoy, a esta demanda constante, con una de sus parábolas, con la intención de sacarnos de nosotros mismos y que le dediquemos unos minutillos durante este verano. A nuestro deseo de ser importantes, el Creador nos propone «volver a ser niños», a Nicodemo le planteó «nacer de nuevo». Ambas invitaciones son antídotos de la «soberbia» que nos aleja de Dios y de todos aquellos con los que habitualmente vivimos.
La soberbia de Adán y de Eva les abrió una puerta ancha que les daba paso a la esclavitud y a independizarse del Dios, que, por amor les había creado; El Señor, en Jesucristo, ha abierto una puerta al ser humano para poder recuperar el «cielo». Esta puerta es la cruz, el absurdo, lo inconcebible e inaceptable a la mente humana… y es muy «estrecha». De aquí la invitación a volver a la niñez que nos trasporta a la seguridad, confianza, e ilusión de escuchar a papá. Abraham volvió a ser niño —confiando en Aquel que lo sacó de la oscuridad— cuando subía el monte Moria para sacrificar a Isaac; Moisés retornó a su infancia cuando —con espíritu sencillo y sin temor— se presentó ante el Faraón para pedirle la libertad para su pueblo. Maximiliano Kolbe, hombre de gran personalidad, de ideas muy claras y de espíritu luchador —como buen polaco que era—, tomó condición de niño pequeño para que se manifestara en su vida que no era él el capacitado para hacer todo lo que hacía, sino que el mismo Dios le capacitaba para mostrar el rostro de Jesucristo en sus actos y así en el campo de concentración de Auschwitz, pudo entregar su vida a cambio de la de un padre de familia, en la confianza de que el Padre le esperaba con los brazos abiertos.
Dice el Salmo: «en boca de los niños, los que aún maman, dispones baluarte frente a tus adversarios, para acabar con enemigos y rebeldes» (Sal 8, 3).
El enemigo —como con Adán y Eva— viene a dialogar con nosotros a interpretar nuestra vida de tal forma que el espíritu de la soberbia nos posea y «rompamos» con el Eterno. Sin embargo, el salmo dice que la forma de enfrentarse a los enemigos, a los rebeldes es siendo como un niño, más aún como un niño de pecho.
Jesucristo ha tomado esta condición —como les cuenta Pablo a los Tesalonicenses— de último, de siervo, de niño pequeño y vulnerable y no se ha resistido, aceptando hasta la muerte destinada al peor de los hombres: la cruz. Pero —continúa Pablo—, por asumir esta condición, Dios ha puesto su nombre por encima de todo nombre. ¿Quieres ser importante? Este es el camino: descender, vaciarte de ti, dejar paso a Jesucristo para que Él sea.
El Señor nos garantiza algo más que ser importantes si vivimos siguiendo este camino de descendimiento: No perdernos. David, siendo rey, se ha hecho pequeño muchas veces ante la voluntad del Padre. Él ha experimentado su compañía, su perdón, su cercanía, por eso dice en el Salmo: «Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.» (Sal 23, 4).
Que el Señor nos dé discernimiento para descubrir la soberbia disfrazada de sabiduría, de afanes por hacer el bien, por defender la verdad o la justicia, que se esconde tras un aparente espíritu de servicio, generosidad, enseñanza o consejo cada día y que nos aleja del descanso y de la paz, impidiéndonos entrar por la puerta estrecha que nos separa del Padre.