«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”». (Jn 15, 9-11)
Isaías dice (mirando al futuro y viendo al Mesías): “Te he puesto como luz de los Gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra” (Is 49,6). Recogiendo esta profecía y aplicándosela a sí mismo, Jesús se presentará como “Luz del Mundo”, de modo que quien camina en su seguimiento no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn. 8,12). Estas palabras encienden una polémica entre Jesús y los fariseos que desemboca en una pregunta de estos al Señor, gracias a la cual Jesús nos ha dejado una enseñanza maravillosa que desvela el corazón mismo del evangelio de hoy (Jn 5,9-11).
A la pregunta de los fariseos: “¿Dónde está tu Padre?”, Jesús contesta: “No me conocéis ni a mí, ni a mi Padre; si me conocierais a mi, conoceríais a mi Padre” (Jn 8,19).
La vida está en conocer al Padre en Jesús; y este conocimiento consiste en vivir con “la vida iluminada”. Esta expresión no es algo vacío o retórico, sino una verdad que se hace realidad en lo cotidiano y diario. La opacidad de los días vividos sin esperanza y sin alegría, acosados como estamos por la adversidad y el sufrimiento de todo género supone una densa tiniebla, que nos obliga a buscar a tientas una salida a tal situación de angustia. Las alegrías que nos sobrevienen de vez en cuando son apenas fugaces respiros que nos da la vida, pero que no nos sirven de mucho.
El Evangelio de hoy tiene que ver con nuestra vida real, de lunes a domingo, y durante todo el año, porque tiene que ver con el Amor, en el que se cifra el argumento para conocer el misterio de la felicidad y el recurso para conseguirla.
Quien ama como Jesús amó encuentra en el Amor la Luz que barre las tinieblas de la amargura, de la decepción, de la frustración y del infinito cansancio que nos proporciona una existencia sin horizontes y depauperada por el materialismo y el hedonismo, así como por las injusticias, instaladas como vecinos junto a nosotros.
Porque Jesús nos amó como el Padre le ha amado a Él y porque por este Amor son los dos una misma cosa, la presencia del Amor de Dios transforma de tal modo, que en Cristo Jesús tenemos la Luz y la Alegría sin término. Esta es la razón por la que Jesús dice que si nos ha hablado de permanecer en ÉL (y por tanto en el Padre) por la guarda de sus mandamientos, es con el fin de que su alegría misma sea la nuestra en plenitud.
Y finalmente: su mandamiento es que nos amemos unos a otros, aun viviendo este “sin vivir” cotidiano a la Luz de esta presencia interior que nos abre al conocimiento de un Amor más grande que todas las cosas. Esta es la verdad de todo hombre, puesto que llegar a su conocimiento es concretar la voluntad de salvación que Dios Padre tiene para con nosotros.
César Allende