En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos.»
Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies.
Jesús les dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.»
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido.
Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.»
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy. (Mateo 28,8-15)
Los cuatro evangelistas coinciden en que el Señor resucitado se aparece primero a María Magdalena que, “en la madrugada, cuando aún estaba oscuro,” va al sepulcro a embalsamar el cuerpo de Jesús. Según los distintos pasajes parece que otras mujeres Juana y María la de Santiago la acompañaban y se asustan cuando los ángeles, ante el sepulcro vacío, les anuncian que Jesús ha resucitado, pero el mismo Señor se muestra y las anima a no tener miedo, y ellas se abrazan a sus pies. Es fácil imaginar el desconcierto de estas mujeres tan apenadas por la muerte de su Señor. ¡Alegraos! les dice Jesús.
Qué envidia nos produce este relato de la resurrección, como aquél anterior en que María Magdalena confunde a Jesús con el hortelano y le reconoce al sentirse llamada por su nombre: “¡María!”, en el impresionante momento del “Nolli me tangere”, que recoge el evangelio de san Juan (20,17).
En todo el evangelio Jesús, que viene a anunciar la nueva noticia de justicia y amor, muestra claramente su postura ante la evidente discriminación de la mujer en su tiempo. Los encuentros de Jesús con las mujeres son bellos y emotivos, como si hubieran sido especialmente cuidados para llegar a toda la humanidad a través del tiempo. Cada uno de esos momentos quiere descubrirnos una cualidad de la mujer y denunciar la injusticia del trato que recibe. Fijémonos en algunos y en cómo están delicadamente puestos en escena:
Un Jesús silencioso escribe en el suelo en la frustrada lapidación de la adúltera temerosa; junto al pozo de Jacob, con el agua como símbolo de la gracia, Jesús en larga e ínsólita conversación con la samaritana; la indignada respuesta de Cristo a los fariseos en la curación y defensa de la mujer encorvada durante dieciocho años; el sentido del humor de Jesús, que juega a hacerse el duro, para probar la fe de la humilde cananea, tan ágil e ingeniosa en su respuesta; la pecadora arrepentida, ya perdonada, que llora y perfuma los pies de Jesús en casa de Simón; tantos bellos momentos de su entrañable amistad con Marta y María de Betania y, ya en el camino del calvario, Jesús ensangrentado y humillado, dedica a unas palabras de consuelo a las mujeres que lloran por él.
En el lunes de pascua de resurrección la mañana de la gran alegría de la fe, la iglesia nos propone este pasaje, que cierra como un valioso broche, el mensaje evangélico sobre el papel que Jesús quiere para la mujer en la comunidad cristiana.
“ No tengáis miedo. Id y comunicad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Queda claro en dos de los evangelios que las mujeres fueron a comunicárselo a los discípulos y ellos no las creyeron: “estas palabras les parecían desatinos y no las creían” (Lc24,11) (Mc 16, 11)
Debemos reflexionar sobre este punto, porque es evidente que, salvo determinadas excepciones de las grandes santas doctoras, que están en la mente de todos, la iglesia ha situado a la mujer en una misión de servicio, no permitiendo que hablasen en las asambleas y concediendo a sus consejos o críticas muy poco valor, y me atrevo a decir que hasta un cierto desprecio.
Hoy naturalmente no es así, y el papa Francisco ha dejado bien clara su postura sobre este papel de la mujer, que tiene que ser complementario con el del varón, como en cualquier otro aspecto de la vida humana. Ala carencia de vocfaciones sacerdotales, la mujer según sus cualidades y preparación, puede desempeñar hoy una importante tarea en la evangelización. Se trata de buscar en las parroquias y asociaciones el lugar adecuado, para que cada persona, mujer o varón, aporte a la comunidad lo mejor de sus talentos.