“Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (San Mateo 5, 1-12).
COMENTARIO
Dios puso en el corazón del hombre el deseo de ser feliz, pero con epicentro en Él y en la atención a los demás. ¡Dichosos y felices, serán los que recorren su camino, aunque ahora parezca doloroso! Al final siempre estará Él, cumpliendo la segunda parte de cada bienaventuranza.
Frente a lo terrenal y caduco se alza la voz de Jesús que, cuando se sienta, abre la boca y “toma la palabra”, rompe moldes, nos descoloca. Las bienaventuranzas son como tarjetas de felicitación. Una perfecta hoja de ruta que incluye recompensa a las mermadas condiciones que nos tocan. Nueve sentencias escuetas, rotundas y desconcertantes. Declaraciones de gracia por parte de Dios, que ofrece gozo y paz a los que el mundo ahora tiene en zozobra y desgracia. En ellas se proclaman triunfadores a los que suele considerarse perdedores.
Son un retrato exacto de Jesús, María y José. Por eso encajan bien en Navidad, porque así eran ellos. Pobres, mansos, compasivos, misericordiosos… María concluyó así su canto: “…desde ahora todas las generaciones me llamarán Bienaventurada”.
En aquel monte, lugar de retiro y signo del Padre, lanzó Jesús al mundo este perfecto mensaje que se comprende bien en lo profundo del alma, en el silencio, la soledad ¡y en lo secreto donde mira Dios! Pero Él sorprendente lo dijo en medio del gentío y para todos. Las carencias y los dolores son precedentes necesarios y vitales para llegar a la alegría de ser imagen suya, en la semejanza que Él llama Reino.
Cuando las lágrimas, el hambre, la persecución nos cercan en la vida, quisiéramos cambiarlas por éxito, abundancia, salud, seguridad, pero no funciona la lógica humana en el Evangelio, que invierte valores y prioridades.
Si cambiamos el ángulo visual, descubrimos a Dios aceptando que el dolor es consustancial al hombre Adán. Ni siquiera Jesús lo rehuyó. ¿Quién puede hacer que sea bienaventurado el mundo? ¿El dinero que esclaviza? ¿Los aplausos que nos emboban y nos llevan a un bucle inútil en el esfuerzo de conservarlos? ¿La diversión que nos aturde?
Ser ‘pobre de algo’ es carecer de aquello necesario para vivir. No es pobre de barcos, aunque no tenga ninguno, quien no los necesita para vivir, ni ante Dios ni ante los hombres. Ser “pobres de Espíritu”, es saber y sentir que hace falta el Espíritu para vivir, que aún no estamos llenos de Él, sino con muchos huecos en la nada que somos.
La mansedumbre es un aguante sereno, sin respuesta agria a la provocación. ¡Disciplina dura para el cristiano!, porque ser manso no es sinónimo de apático o amorfo. En el mundo se confunde humildad con debilidad o cobardía. Los poderosos y arrogantes parecen estar más cerca de la meta para ganar… no se sabe qué. Pero solo consiguen lo que compran o negocian. La mansedumbre llenará al fin la tierra. Es Palabra de Dios. Pero antes habrá lágrimas, dolores, sufrimientos, cruz… (Sal. 36), que serán como alas de nuestra justicia y consuelo.
El ‘humus’ de las Bienaventuranzas es la humildad, firmeza de carácter en la Verdad, bajo el control de Dios. Difícil de conseguir, pues no queremos que nadie nos controle, y Dios menos. Solo se adquiere confiando en su Palabra.
Este evangelio es una provocación existencial, que incomoda y mueve los cimientos de nuestro estado de bienestar burgués, vanidoso, violento a veces, en el que el orgullo, la falta de escrúpulos y el rechazo a la pobreza, cuya presencia tanto estorba, son habituales monedas de cambio. Si alguien en la sociedad intenta aplicar la forma de actuar de Jesús, surge la persecución o el enfrentamiento.
En el escaparate del mundo el mensaje de Jesús no tiene fácil venta. ¡Tan apegados a lo que vemos y tocamos, confiar en Él es ir contracorriente, escoger lo raro, lo distinto, lo difícil. En otro tono y con otra intención, Él nos diría una frase que ahora vuela por las redes: “Viniste a buscar la felicidad, ¡no te distraigas! Yo Soy”.
Tras nuestras Navidades, su sermón en la montaña marca los caminos del Reino. Es un mapa genético de sus hijos predilectos trazado por Dios creador que con pincelada maestra, desarrolla la esperanza de una eternidad enmarcada en dos tiempos para el hombre, uno de carencia frente al mundo, y otro de plenitud ante Él mismo y junto a los que amamos. Los dos tiempos requieren limpieza de corazón, sin vapores de egoísmo que todo lo nublan y oscurecen.
La paz tiene su premio en sí misma, porque los pacíficos serán hijos de Dios, cristos ungidos de su Paz. La realidad cruda, sin aceptar su promesa de consuelo, es un menoscabo de la dignidad humana, y origen de guerras, soledades, fracasos y humillaciones. Sin esperanza en la fuerza que tiene la Palabra de Jesús, que aún proclama la Iglesia para señalar estos caminos del Reino, solo habrá pobreza, muerte y llanto, sin consuelo NI justicia.
¡Bienaventurados los que escuchan y cumplen! ¡Alegraos y regocijaos!
1 comentario
Gracias por compartir tus comentarios y reflexiones Manolo, las bienaventuranzas son una leccion compleja y aparentemente opuesta al mundo material que nos rodea, tus comentarios nos ayudan a comprender e interiorizar estas enseñanzas