En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo: «Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy (San Mateo 28, 8-15).
COMENTARIO
Frente al sepulcro vacío dos opciones son posibles. El Evangelio de hoy nos las describe muy bien. Por una parte las mujeres que ven el sepulcro vacío y salen corriendo a avisar a los discípulos y por otra los sumos sacerdotes y ancianos que tratan de ocultar y amañar la evidencia de lo ocurrido
Ante el misterio de Cristo, muerto y resucitado puedo vivir con coraje, ante este mundo descreído, que efectivamente un hombre singular en sus obras y palabras, cruelmente atormentado y crucificado en un madero, al tercer día de su muerte salió del sepulcro en el que fue depositado y se apareció a sus seguidores. Esto ocurrió de verdad, en Jerusalén en el año 33 y es el cimiento de todo el cristianismo. Pero sustentar este hecho histórico y que produce vértigo, ocasiona los dos sentimientos que Cristo desvela al encontrarse con las mujeres: Alegría y temor.
Parecen sentimientos contrapuestos pero son ciertamente humanos y reales en el trato con el Señor.
Cuando Cristo sale al encuentro en nuestras vidas, como el resucitado, el vencedor de la muerte y dueño de la Vida eterna, esa experiencia que nos consuela nos llena de una profunda alegría y es la satisfacción interior de que al final seguimos a un hombre que venció al mal con el sufrimiento paciente en la cruz y que ese es el diseño también de la vida de cada uno en algún momento de nuestras vidas. El gozo tras el dolor, la paz tras el sufrimiento, el consuelo mas auténtico cuando nada ni nadie puede consolarnos.
Y junto a esta alegría de sabernos cristianos, existe el temor a vivir esta realidad en un mundo en el que lo sobrenatural, lo inexplicable porque es divino, no tiene sitio. Una sociedad en la que tenemos que vivir y que todo lo intenta explicar en clave racionalista ó atea. Que intenta aparcar a las personas que viven la religiosidad y la visión sobrenatural de la vida en un rincón lo menos molesto posible y si pudiesen ni eso siquiera.
Esa alegría de Cristo resucitado, vivo y vencedor de la muerte física y de la muerte mas profunda del hombre, la del pecado la oscuridad, la desesperanza y la falta de sentido de la vida; esa alegría, tiene que convivir con el temor a que nos la quiten, amenacen o ridiculicen a diario. Vivir la alegría de la fe en Cristo resucitado, fundamento de nuestro existir, alimento de todo, esperanza plena para lo de aquí y lo de allí, lo del cielo. Vivirla sabiendo que como todo tesoro, nos lo querrán quitar y profanar, y como personas frágiles temeremos, pero Cristo sale a nuestro encuentro para decirnos “alegraos” y “no temáis” Porque, en el fondo: ¿qué hay que temer? ¿La cruz, la burla, la persecución…? Todo ha sido vencido por El y con el nosotros detrás.
Los Sumos sacerdotes y los ancianos ante este suceso incomprensible que los propios guardias les relataron, no se preocupan por la verdad, la compran con sus monedas y planean la versión más conveniente que se ha ido difundiendo hasta hoy.
Ante Cristo resucitado, vencedor de la crueldad del mal, de la cruz, del dolor injusto y de la aparente impotencia de Dios, puedes mirar el sepulcro vacío y salir corriendo de alegría para compartir este asombroso suceso, o puedes despreciar y ocultar la Verdad y comprarla con tus monedas, las de tu conveniencia, tu comodidad, y esa falsa racionalidad tan en boga que pretende explicarlo todo, hasta lo que se escapa de la razón porque está por encima de ella como el sentido de nuestra existencia y el don de la fe y que como todo don no pide explicaciones ni las da, solo un corazón abierto al amor de Dios que se ofrece.
Alegraos y no temáis. Ese es el mejor regalo para este día. Alegría por ser cristianos y no tener miedo a vivirlo.