En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo: «Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy (San Mateo 28, 8-15).
COMENTARIO
Aquellas mujeres piadosas, María Magdalena y la otra María, muy de mañana, habían ido a ver el sepulcro de Jesús, después del viernes que era el día del descanso de los judíos, y al llegar allí, vieron la piedra removida y el sepulcro vacío, y un ángel sentado sobre la piedra que les anunció la resurrección de Jesús. Nos dice Mateo que aquellas mujeres “fueron a ver el sepulcro”, lo que difiere de las otras tres versiones. Así la de Marcos y Lucas, que nos hablan de que las mujeres “fueron al sepulcro con aromas”, y con la de Juan, que solo se refiere a María Magdalena, que estaba “junto al sepulcro llorando”.
Sea como fuere, ya fuera para para ungir el cuerpo de Jesús no obstante que el sepulcro estuviera cerrado con una gran piedra, o simplemente, por el deseo santísimo de venerarlo desde fuera, es de admirar la devoción de estas mujeres por el Jesús que conocían.
Pero hay más, porque en las versiones de Mateo, Marcos y Lucas, los mismos ángeles que corrieron la piedra del sepulcro, que ahora estaba vacío, les comunicaron a aquellas las asombradas mujeres la increíble noticia de que Jesús había resucitado, y que así debían decírselo a sus discípulos que, por cierto, no las creyeron, pero que provocaron la estampida de Pedro y Juan que corrieron hasta el sepulcro para verificar la noticia. Y en la versión de Juan, que estando María Magdalena llorando ante el sepulcro vacío, “porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”, el propio Jesús se le aparece, y ella, llena de alegría, lo identifica como su maestro y exclama: “¡Rabboni!”.
Y así, junto a las versiones que nos hablan de la resurrección de Jesús, la intriga de los ancianos y escribas que sobornaron a los soldados encargados de su custodia para que se inculpasen de haberse dormido durante la guardia del sepulcro del ajusticiado, para justificar así el robo de su cuerpo por sus discípulos.
Y curiosamente, esta segunda versión de los enemigos declarados de Jesús sobre lo acontecido, podría ser la justificación más contundente sobre su resurrección, la que Pablo declara como causa primera y fundamental de nuestra fe, pues en otro caso, “vana sería nuestra fe”.