«Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”.“ Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez”. (San Mateo 25, 14-25.27-28).
COMENTARIO
Tiempos difíciles de los capítulos apocalípticos de Mateo. Vírgenes necias, una vida esperando y se quedan fuera, administradores juzgados, ovejas y cabras, derechas e izquierdas… ¡Quién lo diría ya en el Evangelio! Pero hoy tenemos una dificultad añadida a la comprensión de las parábolas de Jesús sobre la llegada definitiva del Reino. Solo ampliando la lectura del texto propuesto, al menos a los capítulos 24 y 25 de Mateo completos entendemos algo. Leyéndolas solo de domingo a domingo, y de una en una, las parábolas y ejemplos pueden quedar en un mensaje parcial, mutilado. ¿Por qué le da miedo a la Iglesia —o quien selecciona los textos—, de que la lectura en la Misa del domingo sea algo más larga? ¡Si es nuestra vida!
Dice hoy el Evangelio propuesto que el señor viajero dejó sus bienes a sus siervos pero a cada uno según su capacidad, y esa capacidad será medida de lo que pasará después. Visto sólo así el entendimiento sería muy difícil. El hombre conocía y repartió a cada uno según quiso o su capacidad personal anterior a la encomienda. No es que le diera a cada uno lo que merecía, sino «según su capacidad». Y obviamente la capacidad previa la da el mismo que luego reparte talentos y premios o castigos, porque en las cosas del Reino “todo es gracia”.
Para Lucas lo que les dejó fueron minas, un peso de plata, pero con la misma intención de probar su eficacia negociadora y laboral. No suele usar Jesus ejemplos dinerarios para el Reino, y menos en Mateo en el que parece que no se puede servir a Dios y al dinero, —como le pasó a él mismo—, pero algo nos quiere decir hoy, y no es sobre el mercado bancario. Quizás sea una puesta en escena de la diligencia para los dones de Dios. Como el mundo gestiona sus bienes, al menos con esa diligencia los hijos del Reino de Dios debemos gestionar los bienes de Dios.
El pobre de un solo talento, se llevó la peor parte. Tenía una experiencia negativa de su señor, del dinero y del mundo. Le dio miedo actuar y no solo perdió lo poco que tenía, que acabó en manos del más listo, sino que como dice Mateo (25:30): “Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Pobre hombre. Y quizás si hubiese metido el talento en el banco le hubiese ido peor, porque los bancos también se las traían en aquella época.
¿Qué hubiese pasado si el más listo, el de cinco talentos los hubiese perdido en los negocios? ¿Y se los hubiese dado a los pobres para adquirir un tesoro en el cielo? Seguramente su señor le habría dejado gozar de ese tesoro, pero la intención de la parábola quizás no es esa. Es un anuncio de un viaje largo del dueño de la casa, al que hay que esperar con vigilancia activa. Al que ahora no vemos, con seguridad le veremos volver, y sabremos que todo lo que tenemos es un regalo suyo para entrar en el “gozo de nuestro Señor”. El premio no es nada desdeñable.
Y es que lo más importante de hoy, es lo que no se dice expresamente pero está subyaciendo y dando sentido a todo el Evangelio: la gratuidad de los dones del Reino y de la recompensa. El señor reparte la administración de «sus bienes» a voluntad, porque nadie le pidió nada antes. El señor que se va cuando quiere y vuelve cuando quiere, sigue siendo el mismo, antes y ahora en medio nosotros. La experiencia personal de “ida y venida”, de palabra y silencio, de saber lo que somos y tenemos para administrar en lo suyo, o de no saber nada a veces, estando a secas de ganancias o intereses, es la gracia y temor del hombre del Reino. Es la aventura de ser hombre de fe.
No vale enterrar el mandato, el talento, la vocación personal, y esperar que Él llegue en el gran espectáculo final rodeado de ángeles, porque llegará. Tal vez un buen banco para invertir y obtener al menos intereses de los regalos de Dios sea nuestra Comunidad, nuestra Parroquia, nuestra familia, nuestro grupo de oración y trabajo. Ahí siempre se multiplican los dones de Dios. Si queremos sacar el rendimiento pleno a esos dones, el mismo capítulo 25 nos dice dónde está el negocio: “tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25, 34 y ss.)
Hay una etapa final de la vida personal, en la que uno entiende que la ganancia no solo se corresponde con años o con decisiones propias, sino con la decisión de Dios de que todo acaba en su presencia. En esa etapa la mejor administración de los dones recibidos ni siquiera es juzgarse si se usaron bien o no. Eso lo hará Él. La única inversión segura es la esperanza, la confianza en su misericordia. Invertir los talentos personales en la búsqueda de su gloria, ya es una gracia. Invertir en misericordia, en amor a Dios y los hermanos, es ganancia segura.