<<El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?». «Sí», le respondieron. Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo». Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí>> (San Mateo 13, 47-53).
COMENTARIO
La Palabra de Dios de este primer día del mes de Agosto nos pone delante la última parábola del discurso parabólico del evangelista Mateo que comentaba así, en su conjunto, San Juan Pablo II en 1987: “La parábola de la cizaña en medio del trigo y la de la red para pescar se refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de Dios. Pero, junto a los hijos del reino, se hallan también los hijos del maligno, los que realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán destruidas las potencias del mal, y quien hay cogido el reino estará para siempre con el Señor. Finalmente, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa, expresan el valor supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.
De la enseñanza de Jesús nace una riqueza muy iluminadora. El reino de Dios, en su plena y total realización, es ciertamente futuro, debe venir; la oración del Padrenuestro enseña a pedir su venida: Venga a nosotros tu reino.
Pero al mismo tiempo, Jesús afirma que el reino de Dios ya ha venido, está dentro de vosotros mediante la predicación y las obras, de Jesús. Por otra parte, de todo el Nuevo Testamento se deduce que la Iglesia, fundada por Jesús, es el lugar donde la realeza de Dios se hace presente, en Cristo, como don de salvación en la fe, de vida nueva en el Espíritu, de comunión en la caridad.» (San Juan Pablo II, Audiencia, 18 de marzo de 1987).
En efecto, el evangelio de hoy nos presenta la realidad a la que algún día nos enfrentaremos, solo Dios sabe cuándo. Es por eso una nueva invitación para estar en vigilancia y oración. Cada momento en nuestra vida tenemos la oportunidad de elegir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el pecado. Cristo quiere que nos demos cuenta de esta realidad y que valoremos el gran premio para la eternidad. Ciertamente no es nada fácil mantenerse en vigilancia porque por todos lados estamos rodeados de tentaciones, pero nos preservaremos en la medida que esa fe en Jesús se haga realidad constantemente a través de un pensamiento, una jaculatoria, una renuncia por amor, una conquista ofrecida…
Como cristianos estamos llamados a ayudar a nuestros hermanos a llegar al cielo. El apóstol es una moneda de dos caras: por un lado está la oración y por otro el apostolado; no existen los santos egoístas. Vivo mi vocación en el trabajo, en la familia, con los amigos, ese es mi apostolado y también la manera de estar en vigilancia. Si quiero el cielo para mí, debo quererlo también para todos aquellos que me rodean.
En este dramático relato sobre el fin de la historia humana, Jesús está intentando mostrarnos que las decisiones que tomamos cada día son importantes. Su preocupación principal es que siempre nos tenemos que amar unos con otros: eso es lo que moldea nuestro destino eterno. No basta con decir: ”no me voy a molestar ayudando a esa persona necesitada” o “ puedo escaparme de esto; nunca nadie lo sabrá”.
Se nos pide siempre un creciente amor por los demás, en vez de vivir para nosotros mismos. Este es el combate de la vida cristiana. Al final, nuestra alegría será ver cómo hemos ayudado a otros a llegar a ser como Dios quiere que sean. ¡No lo olvides: Al atardecer de la vida, me examinarán del amor…! (San Juan de la Cruz)”.
1 comentario
Estaba errada. Creí que era una frase de san Juan evangelista