Lilian Fernanda Poveda Sánchez 18 años, 2.º de Bachillerato, Col. Madres Concepcionistas
Seguramente te hayas preguntado en alguna ocasión qué significa realmente tener autoridad sobre otros. A menudo lo identificamos con la capacidad de dar órdenes o de tener gente a disposición, desde los puestos más relevantes de nuestra sociedad hasta en el hogar más pequeño. Incluso a menudo nos referimos a los cuerpos policiales como “fuerzas de la autoridad”. Sin embargo, no encontramos en este sentido el más auténtico significado de la palabra autoridad. Autoridad, del latín “auctoritas”, y ésta del verbo “augere”, indica aumentar, hacer crecer. Aquel que tiene autoridad es aquella persona capaz de hacer crecer a otra no a través del ejercicio del poder que pueda tener sobre ella, sino a través de un camino bien distinto en que la libertad del que obedece no está violentada por la imposición. Así, quien se implica en mi camino de crecimiento personal, quien me muestra por qué caminos puedo transitar pero sabe que sólo yo puedo dar el paso, esa persona sí tiene autoridad sobre mí. He aquí uno de los secretos de la educación. Dicho esto, ¿puedo ser joven y tener autoridad sobre otros? Claro que sí, mientras que no olvide que esa responsabilidad se me da sólo para educar a través del amor, buscando el bien del otro. Puede que no nos hayamos dado cuenta de la oportunidad que tenemos para llegar incluso a los más pequeños, a los más rebeldes e indisciplinados, a los más abandonados. El joven que tiene ocasión de ser referencia educativa para otro joven tiene una cercanía que no se reduce sólo a la edad: es una cercanía de espíritu y es también una cercanía en la existencia. Tal vez hayamos pasado ambos por experiencias vitales similares. La única diferencia es que tú o yo hemos aprendido algo de lo que hemos vivido y, por tanto, estamos en condición de entender y acompañar a quien se encuentra en esa situación. Digo acompañar, no dar consejos que evitan al niño o adolescente tener una determinada experiencia, sino entender qué motiva a alguien a hacer algo y qué claves de sentido podemos darle para orientarlo adecuadamente. Pero esto sólo puede hacerse si se acoge con paciencia y amor al joven que tengo delante, dónde él polariza mi atención -imponiéndose con más fuerza que toda norma-, porque lo que satisface la autoridad es la profunda demanda de felicidad que hay en el corazón de todo joven. Desde que somos niños estamos limitados a no poder realizar una serie de actividades y de adoptar unas actitudes que nuestros padres o maestros no ven apropiados para nuestra persona aunque nosotros no lo veamos de esa manera e incluso lo veamos injusto. Con el paso del tiempo y a medida que vamos creciendo nos damos cuenta de que la dependencia hacia nuestros mayores es bastante amplia; pues son los que nos dan la vida, nos educan, nos forman y hacen lo posible para que seamos felices. Es aquí cuando se forman una serie de prejuicios contra ellos, queriendo demostrar que somos mayores, que tenemos la razón y que podemos hacer lo que queramos, como queramos y donde queramos. Pensamos que una persona cumpliendo la mayoría de edad es totalmente razonable, responsable y adulta para tomar decisiones y enfrentarse a la vida; pero esto no siempre se cumple, especialmente cuando se acaban de cumplir los 18 años, ya que es el momento en que la persona quiere ser más adulta de lo que es, siendo rebelde, incluso adoptando una actitud de pasotismo e independencia. El grave problema de muchos jóvenes es que no somos conscientes de que, aun con 18 años, seguimos siendo unos niños y tendemos a depender de nuestros padres, ya que necesitamos de ellos para seguir aprendiendo, experimentando; para seguir recibiendo una formación y también para tener la certeza de que tras la caída ellos serán los primeros en ofrecernos su mano. Truman Burbank es un agente de seguros que lleva una vida apacible en la isla de Seaheaven. De repente, empiezan a ocurrir cosas extrañas que le hacen sospechar que el mundo por él conocido esconde una cara oculta; en realidad se trata de un “reality show” que una cadena de televisión emite desde el nacimiento de Truman. Todo es una gran mentira televisiva, un espectáculo diseñado por el gran genio mediático, Christof. Fuera, en la calle, un grupo de gente lucha por acabar con el programa. Cuando Sylvia, una de estas activistas, consigue infiltrarse en el programa para alertar a Truman, él se enamora y, a pesar de que es descubierta y expulsada del reparto, Truman nunca dejará de pensar en ella. Gracias a que Truman no la ha olvidado, así empezará su peculiar búsqueda de la verdad de su vida, desenmascarando la gran tramoya televisiva que se oculta bajo los tan reales escenarios de la idílica Seaheaven. Con esta trama, Peter Weir, director de obras como “El club de los Poetas Muertos” o “Master and Commander”, nos pone delante muchos interrogantes acerca de la libertad, de la certeza que nos proporciona la realidad y de cómo nuestra felicidad se ancla siempre en las orillas de la verdad.