En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis rcibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas». (Lucas 6, 20-26)
Recuerdo la visita que hicimos a una persona cuando Madre Teresa buscaba un lugar para servir a los pobres, a los inicios de su fundación en Madrid. Curiosamente, aquella persona no estaba dispuesta a ofrecer una colaboración que suponía renunciar a ciertos privilegios en la administración de un local. Local que la Madre quería convertir en comedor. Todo eran problemas y peros… al ver que no se adelantaba nada, dice: “Cuando Cristo venga en gloria, le preguntará qué ha hecho Ud con sus pobres.”
La llegada de Cristo en gloria no era para mañana, es ahora. Las personas que mendigan su pan, piden este de ahora. La Madre encontró otro lugar para su labor y el de las Hermanas Misioneras de la Caridad. “Vino nuevo, en odres nuevos.”
A mí me impactó la libertad de ella al anunciar la inmediatez, esta irrupción de Cristo resucitado para la persona concreta con quien hablábamos, no menos que para mí: el Cristo lejano, se acercó a nosotros haciéndose crudamente presente. Urge, los pobres no admiten un “vuelva Ud mañana”.
He leido el kerigma de Madre Teresa en Oslo (Noruega) en 1979*, cuando recibió el Premio Nobel de la Paz. No hay un quejido de amargura en todo el tiempo que se tomó para anunciar a Jesucristo en los pobres, sino una alegría, y un gozo sonrientes, paz, experiencias insólitas de cercanía, de tocar a Cristo en el nonato, en el hambriento y el sediento… en primer lugar en la oración; luego, en la acción que en este caso es Anuncio, predicación en acto.
Las bienaventuranzas, y los lamentos de Lucas tienen esta impronta: Bienaventurados los pobres porque es vuestro el Reino de los cielos. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora,
porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien… por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo.
¡Ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora, porque
os afligiréis y lloraréis. ¡Ay, cuando todos los hombre hablen bien de vosotros…
así trataron sus antepasados a los falsos profetas. (Lc 6, 20-26).
“Ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas frente a los crímenes… de la pobreza que ellos mismos han creado.”*
No, no son maldiciones, lo siento por el titular a estos versículos 24 al 26 del capítulo 6 de san Lucas en la BdJ, sino un lamento de dolor el que le sale a Cristo del alma. Como el ayayayay del canto de Kiko: “ Hijas de Jerusalén no lloréis por mí…”
Ahora es el momento de la conversión, ahora es el momento favorable, ahora es el kayrós:
“Como si Dios exhortara por medio nuestro. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡Reconciliaos con Dios! A Cristo que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que viniesemos a ser justicia de Dios en él.” (2 Cor 5, 5, 20-21).
Papa Francisco, en la Homilía de la Eucaristía de Canonización este pasado 4.9.2016